Silvia Iorio 1, * , Marco Cilione 2 , Mariano Martini 3 , Marco Tofani 4 , Valentina Gazzaniga 1
Abstract
Los cambios cada vez más rápidos en el campo de la medicina exigen una reevaluación de las habilidades necesarias para la formación de médicos técnicamente cualificados. Los médicos de hoy también deben ser capaces de gestionar la compleja cuestión de las relaciones personales con los pacientes. Los debates pedagógicos recientes se han centrado en las llamadas «habilidades blandas», cuya adquisición se presenta en la literatura como una incorporación bastante reciente a los estudios de medicina. Además, la investigación histórica de textos deontológicos que datan de mediados del siglo XIX hasta el Juramento Hipocrático muestra que la medicina siempre ha debatido la necesidad de integrar la experiencia técnica en la medicina con habilidades personales y relacionales específicas. Los debates a menudo han girado en torno a si estas «habilidades blandas» podrían realmente enseñarse o cómo podrían transmitirse con éxito a los médicos en formación. La creencia de que definir la medicina es más complejo que definir otras ciencias similares y que los instrumentos que se utilizarán en la relación con los pacientes no pueden limitarse a los proporcionados por los aspectos técnicos muestra una nueva conciencia. Hoy en día, esta visión se presenta a menudo como una constatación innovadora por parte de los médicos ante la complejidad de la formación y de la acción en un ámbito delicado en el que se les confía la gestión del equilibrio del sistema que es el cuerpo humano.
Palabras clave: habilidades blandas, tradición deontológica, historia de la relación médico-paciente
1. Introducción
A diferencia de otras ciencias, la medicina siempre se ha enfrentado a un orden y una estructura epistemológicos complejos. Desde sus inicios como disciplina racional en el pensamiento hipocrático, este aspecto ha estimulado el desarrollo y la estructuración de un proceso de pensamiento interno sobre la posible manera de conciliar su naturaleza electivamente científica (desde la definición galénica de la medicina como logos hasta el método experimental, plenamente adoptado por la medicina de mediados del siglo XIX) con la dimensión humanística del cuidado de los pacientes. Esta última impone una confrontación constante con la característica subjetiva de la experiencia de la enfermedad y el necesario equilibrio entre la verdad del médico, por un lado, y la verdad del paciente, por otro [ 1 ].
¿Puede la medicina considerarse una técnica , una ciencia o una «ciencia humana»? Alcanzar una respuesta única y concisa a esta pregunta no es nada fácil, especialmente a largo plazo. El debate interno sobre la incertidumbre de la medicina cobra fuerza si partimos de una serie de obras que se remontan a principios de la Edad Moderna. Esta literatura muestra la necesidad de mediar entre los aspectos teóricos de las tradiciones antiguas y el enfoque empírico. Incluso en el siglo XIX, existía una conciencia plena de una constitución epistemológica incierta, basada en la probabilidad y la variabilidad individual de los pacientes. Desde esta perspectiva, no deberíamos ver la enfermedad en abstracto ni con términos generalizadores. Como recuerda el famoso clínico boloñés Augusto Murri, incluso la nosología —que proporciona herramientas importantes para catalogar la construcción del pensamiento diagnóstico— corre el riesgo de construir categorías abstractas. Esto nos llevaría a descuidar todos esos aspectos «no técnicos» y específicos de cada situación clínica individual que, en cambio, permiten la verdadera comprensión de la enfermedad como un proceso continuo y cambiante dentro del paciente.
Intenta no acostumbrarte a pensar de forma abstracta sobre la enfermedad tal como la patología la describe… Cuanto más sepas, más podrás [hacer]. Pero ni siquiera sueñes con imaginar que el conocimiento es suficiente. Tienes que acostumbrarte a considerar el capítulo dedicado a una determinada enfermedad por los patólogos ni más ni menos que un expediente necesario para comprender mejor, pero no como una descripción de una entidad definida y siempre igual a sí misma… como no hay dos cosas iguales, entonces no hay pacientes iguales […] Por lo tanto, incluso después de haber hecho el diagnóstico de fiebre tifoidea o cualquier otra enfermedad, tienes que hacer el verdadero diagnóstico especial [específico] en tu paciente, día a día .
[ 2 ]
En su reconocido estudio, “El nacimiento de la clínica”, Michel Foucault [ 3 ] reconoce críticamente cómo el núcleo de la medicina se basa en un logos de “visibilidad” empírica del cuerpo y la enfermedad. La medicina científica fundamenta su visión en el paradigma empirista, que nos permite ver el cuerpo como una cosa en un mundo de cosas. El método clínico se basa en el examen visual. Los signos y síntomas se relacionan con la repetición de la frecuencia de la enfermedad. Por lo tanto, descifrados de su significado individual, estos signos y síntomas adquieren significado. En consecuencia, la patología asume un significado predefinido.
Es la descripción […] la que autoriza la transformación del síntoma en signo, el paso del enfermo a la enfermedad, el acceso de lo individual a lo conceptual. […] Describir [esto] significa seguir el orden de sus manifestaciones, pero también significa seguir la secuencia inteligible de su génesis. Significa ver y saber al mismo tiempo, porque, al decir lo que se ve, se integra espontáneamente en el conocimiento. Esto también significa aprender a ver, porque significa dar la clave de un lenguaje que domina lo visible .
[ 3 ]
En este sentido, la enfermedad está ligada a la percepción de una visibilidad mecanicista. Por lo tanto, está completamente desconectada del mundo de invisibilidad que la construye y se une para crearla. Una visión completamente empirista ignora que los seres humanos no son solo cuerpos, sino animales simbólicos y sociales, cuya existencia es comprensible en sus múltiples manifestaciones. La enfermedad, obviamente, forma parte de esto. Podemos alcanzar esta comprensión multifacética solo si consideramos los determinantes sociales y culturales que contribuyen a moldear a todos los individuos de nuestra especie de maneras extremadamente diferentes.
Además, importantes definiciones contemporáneas, como la de G. Canguilhem en 1988 [ 4 ], subrayan cómo la naturaleza de la medicina oscila entre el mundo clínico, orientado al cuidado del individuo o de una parte de la población, y la necesidad de aumentar nuestro nivel de comprensión científica haciendo uso de conocimientos básicos y metodologías dirigidas a la mera explicación de aspectos patológicos y clínicos generales.
La antropología médica parece ofrecer, al menos parcialmente, una solución a este dilema ontológico. Además, este campo de estudio ofrece una posible categorización de la medicina como una forma de ciencia humana y cultura especializada. Basada en el comportamiento que se enseña y se comunica, la medicina posee todas las características que definen las subculturas. La medicina posee un peculiar sistema simbólico de comunicación verbal y no verbal, límites autoimpuestos directos e indirectos, así como modelos ideales compartidos que crean códigos de comportamiento. Además, la medicina ha evolucionado con el tiempo de forma adaptativa para aplicar mejor esta experiencia a las necesidades de un contexto determinado. En consecuencia, se integra en el contexto cultural de referencia, del cual se nutre e influye en diferentes aspectos de la vida, cambiando debido a la innovación y la transmisión directa e indirecta. Finalmente, la medicina difunde y divulga selectivamente intuiciones y descubrimientos mediante la asimilación, la aculturación y las revoluciones. Cada uno de estos pasos está tan estrechamente interconectado con lo que sucede en sociedades específicas que resulta difícil, si no imposible, comprender los profundos cambios del pensamiento médico fuera de los contextos culturales en los que se genera.
2. ¿Habilidades blandas en medicina?
Las rápidas transformaciones de los contextos sociales y laborales requieren cada vez más que la educación médica diseñe caminos innovadores que incluyan, junto con la adquisición de habilidades técnicas fundamentales (hard skills), también la construcción de habilidades transversales, que hoy en día a menudo se denominan «soft skills» [ 5 ]. El debate médico-pedagógico se ha enriquecido recientemente con importantes contribuciones, en parte dirigidas a identificar una definición consensuada y una denominación compartida para las soft skills en medicina y en parte a definir las habilidades «humanísticas» mínimas que se necesitan durante la formación y los estudios. Esta reciente discusión también tiene como objetivo centrarse en los objetivos que los profesores y formadores pretenden obtener mediante la planificación de un programa de estudios innovador que también esté dirigido a la adquisición de estas habilidades «no técnicas».
A menudo llamadas habilidades genéricas, habilidades esenciales, competencias clave, habilidades de empleabilidad, habilidades de cociente emocional y habilidades para la vida, estos términos se han agrupado dentro de todas aquellas habilidades para el comportamiento adaptativo y positivo, que permiten a las personas lidiar eficazmente con las demandas y desafíos de la vida cotidiana [ 6 ]: rasgos y capacidades que no sustituyen sino que integran sustancialmente un conjunto de habilidades profesionales, permitiendo al futuro médico desarrollar experiencia esencial para el desarrollo personal, la participación social y el éxito laboral. Además, estas habilidades garantizan que los médicos tengan estas habilidades «intangibles» que son esenciales para fortalecer su perfil profesional como comunicadores, líderes y negociadores [ 7 ].
La literatura ha reconocido el desafío de identificar una definición exhaustiva de las habilidades blandas en medicina y su amplia extensión en diferentes campos y áreas culturales. Se desarrollan en niveles complementarios, que van desde las habilidades comunicativas e interpersonales hasta su uso emparejado con el desarrollo de constructos genéricos, es decir, habilidades emocionales como en la definición clásica de D. Goleman [ 8 ] que eventualmente conducen a habilidades de automotivación, liderazgo y habilidades organizacionales. Estos aspectos también deben combinarse con los del desarrollo de la alfabetización científica, el pensamiento crítico y la resolución de problemas, que caen al menos parcialmente en el dominio de la adquisición de la competencia emocional que favorece los intercambios comunicativos en las transacciones sociales que provocan emociones. En resumen, estamos tratando con una comprensión básica de la ética de la relación médico-paciente: la capacidad de enfrentar la diversidad, articulada en los diferentes niveles del pensamiento antropológico y un enfoque epidemiológico de la salud basado en los temas de equidad en la salud y la atención médica. Desde la pedagogía médica hasta la psicología conductual, pasando por la psicología del trabajo, la bioética y la antropología médica, intervienen diversos contextos culturales para permitir el desarrollo de habilidades que permitan al futuro médico “navegar en el mar de la complejidad” donde se encuentran el abordaje clínico y la gestión de la relación médico-paciente. La adopción de habilidades blandas permitiría la formación de médicos resilientes, capaces de soportar el estrés y gestionar de forma creativa y simultánea la realidad cambiante de las historias de enfermedad contadas por diferentes pacientes en diversos contextos. Esto incluye sus situaciones psicológicas, las relaciones con su equipo y su capacidad para afrontar un contexto social en el que las solicitudes y expectativas aumentan exponencialmente [ 7 ].
Entre las ventajas que la literatura indica que se esperan de la adquisición de habilidades blandas, encontramos el dualismo de la ventaja personal del profesional (atribución de sentido al trabajo diario, gestión de los aspectos rutinarios de las profesiones médicas, contribución a la superación de dificultades logísticas de la organización del trabajo) y la mejora de la satisfacción del paciente. En la medicina actual, las quejas rara vez se refieren a una aplicación incorrecta o faltante de conocimientos técnicos o a la falta de habilidades profesionales. En cambio, los pacientes se centran cada vez más en la falta de comunicación, la barrera emocional y su percepción del médico como una figura distante que a menudo no está dispuesta a crear un diálogo emocionalmente satisfactorio [ 9 ]. En consecuencia, las habilidades blandas son fundamentales no solo como herramienta para reducir el riesgo de agotamiento, sino también como una herramienta en manos de los médicos para reducir las disputas legales y las acusaciones de incompetencia, imprudencia o mala praxis.
Las habilidades blandas son difíciles de enumerar, bastante difíciles de aprender y aún más difíciles de evaluar. Su aprendizaje parece ocurrir, en su mayor parte, de acuerdo con un modelo cultural de aprendizaje por asimilación o imitación. El concepto de currículo oculto, válido tanto en sentido positivo como negativo, presupone un papel central de la pedagogía indirecta. En este sentido, las virtudes basadas en la personalidad y el comportamiento, la apertura hacia el paciente, la capacidad del médico para gestionar situaciones estresantes y las dificultades del trabajo interdisciplinario y en equipo se combinan para convertirse, caso por caso, en modelos que se pueden introyectar y aceptar o rechazar en determinadas situaciones.
3. Necesitamos habilidades blandas en medicina: ¿es este realmente un debate contemporáneo?
El concepto de la alianza terapéutica entre el médico y el paciente en la lucha contra la enfermedad se remonta a miles de años. La imagen del cráter de Sosias (siglo V a. C.) muestra una interesante inversión de roles en la que Aquiles se convierte en el therapon de Patroclo en su cuidado. Además, la palabra therapeia está conectada al concepto de servicio en su etimología, y el significado de la palabra es más un acto de cuidar a alguien, en lugar del acto específico de curar a alguien. En este sentido, el paternalismo tradicionalmente atribuido al médico que recibe formación hipocrática [ 10 ] parece perder consistencia cuando se enfrenta cara a cara con el papel real de therapon , que el médico asume en la relación con el paciente. Además, el concepto de therapeia implica una predisposición a la empatía y a la obediencia en el sentido de ob-audire (escuchar). Se trata esencialmente de una combinación virtuosa de escucha y apoyo, orientada a una restitutio ad integrum compatible con el estilo de vida y las expectativas del paciente [ 11 ]. La centralidad del paciente en el acto de cuidado, reportada en los textos del Corpus Hippocraticum como un momento crucial de una relación en la que el médico tiene la única función de apoyar la lucha contra la enfermedad que pesa principalmente sobre el paciente, regresa en la historia del pensamiento médico occidental con una alternancia de actitudes aparentemente singular. De vez en cuando, el enfoque centrado en el paciente se convierte en una herramienta de fortaleza para interpretar los signos de la enfermedad y reconstruirlos dentro de un marco conceptual lógicamente coherente (como se ve en el pensamiento hipocrático) o un elemento de debilidad, capaz de afectar el “alto estatus” del arte al introducir un elemento de subjetividad engañosa y dañina con el propósito de construir el discurso clínico (como podemos ver en parte del pensamiento galénico y en muchos textos de la tradición médica posterior inspirados en este). En resumen, el llamado triángulo hipocrático [ 12 ] (cuyos vértices son la relación constante entre médico, paciente y enfermedad) constituye el primer momento de una reflexión explícita sobre el papel y la importancia que la subjetividad de la experiencia de la enfermedad puede tener en la imagen que la medicina pretende transmitir a la sociedad. Además, la misma definición hipocrática de la medicina como téchne , es decir, la capacidad de producir un bien tangible (la salud en este caso) mediante la comprensión de las formas en que el cuerpo funciona y suceden las cosas, es el primer intento sistemático de encontrar una respuesta satisfactoria a las preguntas sobre la verdadera naturaleza de un campo que no se limita simplemente a la mera definición de una ciencia.
La creencia de que definir la medicina es más complejo que definir otras ciencias similares y de que los instrumentos que deben emplearse en la relación con los pacientes no pueden limitarse a los que ofrecen los aspectos técnicos muestra una nueva consciencia. Hoy en día, esta perspectiva se presenta a menudo como una constatación innovadora por parte de los médicos respecto a la complejidad de la formación y la acción en un área delicada en la que se les confía la gestión del equilibrio del sistema que constituye el cuerpo humano.
A ojos del historiador, esta consciencia no resulta tan innovadora. Intentemos ofrecer una breve explicación que recorra algunas etapas destacadas del pensamiento médico —que podríamos definir de forma deontológica genérica, aunque su mensaje no se limite al ámbito de la legislación conductual—, en las que encontramos la constante referencia al dualismo de la necesidad de una formación técnica y humana a la vez. Partiremos de textos que datan de los siglos XVIII y XIX y luego nos remontaremos al pasado, con una breve discusión sobre períodos singulares, hasta el nacimiento de la medicina racional hipocrática.
Un punto de partida interesante se encuentra en la lectura de los Galatei medici , pequeños manuales sobre etiqueta médica publicados por toda Europa a principios del siglo XVIII y mediados del siglo siguiente. Concebidos para realzar la figura del médico en una época en la que otros profesionales de la salud se esforzaban por ascender en la escala académica (p. ej., las primeras constituciones de grupos de obstetricia y enfermería), los manuales Galatei representan, sobre todo, una herramienta para incitar al médico a adquirir la autoconciencia necesaria para la afirmación social y la confianza pública. Los textos de los Galatei afirman repetidamente que la elección del médico debe basarse en sus buenas habilidades morales y personales, o en sus conocimientos y experiencia, y que solo el recurso al dualismo de la ciencia y la humanidad puede garantizar la adquisición de la confianza necesaria para el establecimiento de una correcta relación médico-paciente. El prólogo del Galateo para G. Pasta, publicado en Roma en 1817, también destaca las leyes conocidas por la comunidad médica. Estas leyes fueron aprendidas a través de la ciencia, pero también son «estimadas» por los pacientes en virtud de cualidades humanas y conductuales que forman la base de un código de civilización, que también puede verse como «etiqueta» médica. La ciencia sin etiqueta (donde la palabra indica el mundo deontológico más alto y moralmente connotado) nos hace gloriosos, pero solo a medias [ 13 ]. Además, la etiqueta requiere un carácter moral en el que injertarse, una naturaleza personal que sea «próspera, grave, elocuente, incansable, dócil, civil», que hace al médico capaz de actuar con prudencia, relacionándose con los colegas con cordialidad e interés, y en la relación con el paciente, convirtiéndose en un amigo que también es capaz de alentar y consolar. El «decoro» propuesto por los textos de Galatei no se limita a la apariencia, que también debe ser impecable. Hay una sustancia, una fidelidad al aspecto generoso y humano del alma del médico, que debe nutrirse de instrumentos no técnicos, pero que son igualmente fundamentales. Entre ellos, el conocimiento de idiomas, la poesía como herramienta para fijar y controlar la calidad del lenguaje, la posesión de herramientas lógicas que permitan “observar mucho, pero observar correctamente”, el conocimiento del mundo, así como los rasgos de carácter que condicionan la respuesta del paciente a las condiciones de la enfermedad, junto con la tolerancia a la diversidad y la capacidad de aplicar un comportamiento correcto a diferentes condiciones sociales recuerdan directamente una definición moderna de habilidades blandas.
La referencia a la necesidad de una educación médica compleja y exhaustiva es, de hecho, un tema bastante clásico. Constituye el eje de una tradición pedagógica bien representada, en los tiempos modernos, desde el famoso texto Dissertatio de recta medicorum studiorum ratione instituenda , obra del arquiatro pontificio Giovanni Maria Lancisi, impreso en Roma en 1715 [ 14 ]. La obra de Lancisi es un programa probado y verdadero para la formación de médicos y cirujanos que trabajan dentro de S. Spirito, el hospital romano en el centro de un proyecto cultural innovador, encargado por el Papa Clemente XI y confiado precisamente a la realización de su arquiatro. El proyecto preveía el establecimiento de una biblioteca hospitalaria, que reuniría los textos médicos, científicos y filosóficos más significativos y más recientes, para ponerlos a disposición de quienes trabajaban dentro del hospital y necesitaban una «educación continua». Esto condujo a la creación de una academia, el centro de la vida «experimental» del hospital y un foro para el debate y la reunión científica. Además, el hospital elaboró un proyecto educativo completo para el médico en formación, expresado en el De recta, que se basaba en la extraordinaria posibilidad que ofrecía el hospital de crear un canal de comunicación entre diferentes profesionales, permitiéndoles atender a numerosos pacientes simultáneamente y consultar una vasta colección de libros. Lancisi creía firmemente que el médico, además de estar dotado de todos los instrumentos culturales más innovadores de la época (conocimientos de matemáticas, mecánica, química, etc.), también debía estar capacitado en la adquisición y el ejercicio de habilidades relacionales específicas. Debía saber hablar, no porque la elocuencia pudiera curar, sino porque era una herramienta indispensable para convencer al paciente y ganarse su confianza, al igual que la dignidad de los modales y la autoridad del comportamiento. Además, debía conocer los usos y costumbres del mundo, cultivar la caridad como principal instrumento de abordaje de la enfermedad —un precursor que connotaba religiosamente nuestro concepto de empatía— para ejercer con prudencia y razón lo que debía hacerse. El concepto era que si algo se hacía con rapidez, podía ayudar a evitar otros problemas. Un médico también debe aplicar un método lógico bien definido que le permita iluminar los oscuros barrancos de la reflexión sobre la naturaleza del cuerpo. La construcción de este método requiere herramientas, no todas proporcionadas por estudios técnicos. Se nutre del conocimiento del mundo adquirido a través de viajes, experiencias y recorridos mentales en libros e ilustraciones (el mundo del papel, para quienes, como Lancisi, fundaron una biblioteca, equivale al mundo geográfico). Claramente, el médico necesita doctrina, pero también debe poseer una naturaleza bondadosa y generosa, dispuesta a dejarse moldear, desde la infancia, por la educación, trabajando con dedicación y tiempo continuo. Para Lancisi, la posesión y el cultivo de habilidades aparentemente secundarias no debe entenderse como una herramienta decorativa. Estas habilidades son una cualificación indispensable, ya que la medicina, que « scientiam sibi vero comparare volet » (que aspira a convertirse en ciencia, que pretende ser comparada con una ciencia), puede sentar las bases para legitimar la aspiración de implementar su estatus epistemológico. Dicho esto, es necesario evitar algunos pequeños errores. Ciertas tendencias culturales de la época ( polymathia), queriendo saber un poco sobre todo, por ejemplo) debe evitarse, así como el uso excesivo de actividades artísticas y culturales (poesía, teatro, música, antigüedades). Esta tendencia terminaría convirtiéndose en una distracción para los médicos en formación, quienes no deben perder su claridad, quizás oscureciendo el buen razonamiento con un exceso de nociones toscas y confusas. Sin embargo, ninguno de los estímulos que nos llegan de estos ejemplos de literatura médica moderna temprana y moderna tardía es completamente nuevo para la medicina. Algunas de estas características son aspectos definitorios en obras más antiguas, atribuibles a la literatura médica griega y latina, que allanó el camino a la medicina occidental a partir del período antiguo tardío. Las creencias de Galeno sobre la necesidad de que el médico también sea un filósofo, con un sólido conocimiento de la lógica, la física y la ética, llevaron al desarrollo de una base ontológica para la medicina en la Edad Imperial, anclada en el dualismo de la ciencia y la filosofía. En un proceso mutuo, la medicina y la filosofía se prestan mutuamente sus propias herramientas metodológicas, de modo que sin base científica incluso la filosofía se reduce a un mero ejercicio retórico y a una serie de controversias desmotivadas [ 15 ]. La pedagogía, a la que Galeno dedica gran parte de sus escritos, se describe en el mismo tratado como un proceso mayéutico en el que el maestro guía al alumno. Las opiniones del estudiante se agudizan mediante la experiencia y el conocimiento adquirido, hacia la contemplación de objetos inteligibles. En medicina, esto se traduce en la adquisición de los datos de experiencia necesarios para formular el pronóstico, a través de su selección y recomposición dentro de un marco lógico coherente que explica la aparición de la enfermedad [ 16 ]. La conducta del estudiante hacia la adquisición de habilidades no solo está mediada por la visión más desarrollada del maestro sino también por una serie de condiciones que caen enteramente dentro de nuestra definición de habilidades blandas: un ejercicio temprano y constante en habilidades fundamentales; poseer un “carácter penetrante” y una disposición naturalmente curiosa hacia los intelectuales más destacados de la época, y la constancia de aplicarse al estudio continuo; la dedicación absoluta al trabajo; la tensión intelectual que lleva a la búsqueda de la verdad a través de la posesión de un método que permite discernir lo verdadero de lo falso; y por último, el ejercicio diario en este método, a fin de dominarlo y saber aplicarlo con resultados satisfactorios [ 17 ].
La actitud galénica hacia el paciente, a menudo bastante severa y conectada con un paternalismo absoluto y rígido, no se permite definir al médico en términos de cualidades humanas. Sin embargo, esta actitud se compensa, en la literatura antigua, con toda una serie de conceptos resumidos en la famosa figura del medicus amicus . Las fuentes médicas (Celso y Escribonio Largo, siglo I d. C.) y las fuentes literarias (Séneca y Cicerón) describen repetidamente las cualidades humanas necesarias para ser un buen médico. Celso afirma expresamente que, con las mismas habilidades, es preferible tener un médico que se presente como un amigo en lugar de como un profesional distante y extraño. Además, agrega que la misericordia, que es la actitud del alma que se abre a la comprensión del paciente, es una herramienta que puede mejorar los resultados de la medicina [ 18 ]. Escribonio Largo, por su parte, enfatiza que una piedra angular fundamental de la medicina es el fundamento de la voluntad con la que la medicina avanza [ 19 ]. En consecuencia, esta voluntad no puede excluirse. En ocasiones, la tradición va un paso más allá. Las Quaestiones medicae , atribuidas a Sorano, presentan una opinión atribuida al médico alejandrino Erasístrato, que afirma que, si bien la combinación de pericia profesional (in arte perfectus) y virtudes humanas (moribus optimus) representa sin duda la condición ideal para imaginar al médico perfecto, en ausencia de una de ellas, «es mejor ser un buen hombre con deficiencias en la doctrina (absque doctrina) que ser un técnico perfecto con mala personalidad y buenas virtudes» [ 20 ].
Estas voces técnicas encuentran eco en las apasionadas palabras de pacientes célebres como Séneca y Cicerón. Su testimonio inspira a quienes «usan» la medicina. Estas voces suelen ser evanescentes, mudas y difíciles de reconstruir en toda la literatura médica occidental. Para ellos, quienes pierden las capacidades humanas de un médico quedan huérfanos de una habilidad que el dinero no puede comprar y que no puede ser reemplazada ni siquiera mediante el uso de una técnica más perfeccionada. Lo que el paciente solicita es el tiempo que le dedica el médico, las decisiones sobre su caso en comparación con los muchos otros que solicitan su presencia, la prontitud en la intervención y la solicitud en la asistencia, así como la capacidad de soportar las demandas de quienes sufren, que a menudo pueden ser molestas. Todo esto constituye el verdadero tesoro que el arte médico puede ofrecer: una habilidad humana que hace al profesional irremplazable. El médico perfecto es aquel que sabe que la convivencia del paciente y su enfermedad no constituyen una identidad como tal [ 21 ].
4. Conclusiones
La necesidad del paciente de contar con un médico con estudios pero a la vez altamente cualificado en relaciones humanas repercute en la literatura y en testimonios de contextos a veces inesperados, como las situaciones sociales y administrativas. Por ejemplo, la tradición epigráfica griega atestigua continuamente que el criterio de elección del médico público idóneo para cuidar de la ciudad debe definirse en función de la evaluación de la excelencia técnica así como de una actitud moral apropiada. Un decreto del santuario de Asclepio en Atenas (que data de entre el 46 y el 125 d. C.) —o los numerosos decretos que se dedicaron en todo el territorio de Grecia a médicos conocidos por nosotros solo por la breve mención de su nombre— destacan la episteme médica del ethos , es decir, el conjunto de estilos de vida, costumbres y actitudes morales que hacen de los profesionales candidatos apreciados para la gestión de la salud pública.
La relación entre las habilidades profesionales y los rasgos de personalidad de un individuo ha sido claramente atestiguada desde la tradición helenística. Además, de forma consistente, esta relación subraya las principales características del ethos hipocrático : el amor a la humanidad, fundamento del arte médico, constituye una de las principales herramientas gracias a las cuales los enfermos recuperan la salud. El tema emerge con cierta claridad en el segundo corpusculum de los tratados hipocráticos dedicados a la ética médica: Medico, Precetti e Decoro (siglo III a. C. – siglo II d. C.) [ 22 ]. El aspecto que une estos escritos es la identificación del buen médico en una pareja equilibrada de filantropía y autoridad. Sin embargo, también ofrecen indicaciones prácticas sobre la apariencia y el comportamiento que los médicos deben mantener cuando están frente al paciente. Esto es importante no solo para evitar desacreditarse a sí mismos y a su profesión, sino también para inculcar un sentimiento de confianza en el paciente [ 23 ]. Además, volviendo al texto del juramento atribuido a Hipócrates, la combinación “vida/arte” ya aparece claramente definida en la afirmación “Preservaré mi vida y mi arte”. El problema de la interpretación del término griego “ bios ”, tan connotado en el texto del juramento, solo puede resolverse si, con von Staden, acordamos traducirlo como el modo de vida, los estilos y la totalidad de las acciones que configuran al ser humano como tal: un médico como médico, un buen médico como buen médico. Por lo tanto, no solo hablamos de ciencia, sino también del conjunto de rasgos de personalidad y actitudes adquiridas que hoy en día se enmarcan en el ámbito de las habilidades blandas.
En conclusión, debido también a la debilidad terapéutica de la medicina, en la tradición histórica, estos rasgos “humanos” nunca se describieron como una especie de accesorio [ 24 ]; más bien, son elementos fundamentales en la creación del rol del profesional idóneo. Quizás también podríamos pensar en el “ Homo bonus ”, creado por las manos de un paciente anónimo alrededor del siglo III a. C. Este grafiti es una especie de nota de agradecimiento escrita en la pared del cubículo de visitas de la domus del cirujano en Rímini, Italia. Representa esa figura luminosa que atraviesa los siglos para ayudar a los que sufren y que invocan su ayuda a vencer la enfermedad.