Actividad física en el síndrome metabólico

Tomasz Chomiuk, Natalia Niezgoda*, Artur Mamcarz y Daniel Śliż

La obesidad se ha convertido en una de las epidemias mundiales, contribuyendo a la carga de enfermedad en la sociedad, aumentando el riesgo de diabetes, enfermedades cardiovasculares y hepáticas. El equilibrio energético inadecuado resultante de la ingesta excesiva de energía y la actividad física (AF) insuficiente es uno de los principales factores que contribuyen a la incidencia de la obesidad y al desarrollo del síndrome metabólico (SM). Las opciones de tratamiento para la obesidad incluyen modificaciones en el estilo de vida, farmacoterapia y cirugía bariátrica, siendo esta última el tratamiento más efectivo. Las intervenciones en el estilo de vida que implican un aumento de la AF y una reducción de la ingesta calórica mejoran los resultados metabólicos. La implementación temprana del ejercicio conduce a una mejor condición física, un mejor control glucémico y un perfil lipídico. La realización de AF sistemática se asocia con una mejor calidad de vida, mejora la sensibilidad a la insulina, causa pérdida de peso adicional, reduce sus efectos adversos sobre la masa ósea y da como resultado una mejor composición corporal. En esta revisión narrativa resumimos el estado actual del conocimiento sobre el impacto de la AF en los componentes del SM y las últimas recomendaciones para la AF en pacientes con SM.

PALABRAS CLAVE

obesidad, actividad física, síndrome metabólico, resistencia a la insulina, hipertensión

1    Introducción

El síndrome metabólico (SM) es uno de los principales problemas de salud pública de los últimos años. La presencia de SM aumenta significativamente el riesgo de diabetes y enfermedades cardiovasculares (Rochlani et al., 2017; Hsu et al., 2021). El SM no es una enfermedad única, sino un conjunto de factores de riesgo para la enfermedad cardiovascular, cuyos criterios han evolucionado a lo largo de los años y han sido definidos de manera diferente por las organizaciones de salud (Saklayen, 2018). Las definiciones del Panel de Tratamiento de Adultos del Programa Nacional de Educación sobre el Colesterol III (NCEP ATP III) y la Federación Internacional de Diabetes (IDF) de los Estados Unidos toman como criterios diagnósticos la presencia de obesidad, dislipidemia, presión arterial elevada y niveles elevados de glucosa en ayunas (Grundy et al., 2005; Alberti et al., 2006). De acuerdo con la última definición de la Sociedad Polaca de Hipertensión, que tiene en cuenta tanto otras definiciones como las últimas pautas de manejo de componentes individuales del SM, los criterios de diagnóstico para el SM incluyen la presencia de obesidad y dos de los tres criterios siguientes: presión arterial alta, alteración del metabolismo de la glucosa y niveles elevados de lipoproteínas de baja densidad (LDL) y colesterol no HDL (no HDL). El principal criterio diagnóstico para el SM es la obesidad, que se diagnostica por una circunferencia de cintura superior a 88 cm en mujeres y 102 cm en hombres o un

Abreviaturas: PA, actividad física; MetS, síndrome metabólico; AT, entrenamiento aeróbico; RT, entrenamiento de resistencia; HIIT, entrenamiento de intervalos de alta intensidad; Termogénesis de actividad sin ejercicio.
índice de masa corporal (IMC) > 30 kg/m2 (Dobrowolski et al., 2022).

Los criterios diagnósticos actuales para la resistencia a la insulina asumen un nivel de glucosa en ayunas de 100–125 mg/dL, 140–199 mg/dL después de 120 min en una prueba de tolerancia oral a la glucosa, HbA1C 5,7%–6.4% según la Asociación Americana de Diabetes (ADA) (Diabetes estadounidense Comité de Práctica Profesional de la Asociación, 2022).

Otro de los criterios diagnósticos adicionales es un nivel elevado de colesterol no HDL de >130 mg/dL, que mide el contenido de colesterol de todas las lipoproteínas aterogénicas, incluido el LDL (Virani, 2011). Un tercer criterio diagnóstico adicional es una presión arterial sistólica normal mayor o igual a 135 mmHg y una presión arterial diastólica de 85 mmHg medida en el consultorio o una presión arterial sistólica >130 mmHg y diastólica >80 mmHg medido en casa. Además, terapia con medicamentos para reducir la glucosa, medicamentos para reducir el colesterol o la presión arterial            

Además  capacitar     como   adicional              diagnóstico           criterios (Dobrowolski et al., 2022). La naturaleza multisistémica de los resultados de SM    De       traslapado inflamación oxidativo    estrés, disfunción hemodinámica e isquemia en pacientes. Esto da como resultado un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular, enfermedad del hígado graso no alcohólico y otras disfunciones hepáticas, enfermedad renal crónica, cáncer y trastornos neurodegenerativos (Silveira Rossi et al., 2022). Los mecanismos patogénicos asociados con el SM son complejos y deben dilucidarse por completo. Todavía existe un debate sobre si los diversos componentes del SM representan patologías separadas o son manifestaciones de un mecanismo patogénico común. La gran variación geográfica en la prevalencia del SM enfatiza la importancia de los factores ambientales y de estilo de vida, como el exceso de calorías dietéticas y la inactividad física, como los principales contribuyentes a la enfermedad. El tejido adiposo secreta citocinas que contribuyen a la resistencia a la insulina y a la disfunción endotelial que causan el desarrollo de SM (Van Alsten et al., 2020). Los estudios muestran que la obesidad abdominal es un desencadenante clave para la mayoría de las vías asociadas con el SM, lo que enfatiza la importancia de la ingesta calórica excesiva como un factor iniciador importante.Matsuzawa et al., 2011). De todos los mecanismos propuestos, la resistencia a la insulina, la activación neurohormonal y la inflamación crónica parecen ser los principales factores que conducen al desarrollo del SM y enfermedades cardiovasculares (Rochlani et al., 2017).

El número de personas diagnosticadas con SM está aumentando, especialmente en los países desarrollados. Se estima que la prevalencia del SM puede superar hasta el 30% de la población, dependiendo del origen (Noubiap et al., 2022). La prevalencia varía según la edad, el sexo, la raza, el origen étnico y los criterios diagnósticos. El SM afecta a una quinta parte o más de la población estadounidense y a aproximadamente una cuarta parte de la población europea (Rochlani et al., 2017; Saklayen, 2018). El rápido crecimiento económico y la globalización, entre otros, son las razones del aumento observado en la prevalencia del SM. Independientemente de la riqueza regional, una dieta poco saludable y niveles insuficientes de AF se han vuelto comunes en todo el mundo (Noubiap et al., 2022).

El síndrome metabólico ahora se está observando en la población pediátrica. La causa más común de SM en la población general es la hiperlipidemia, que afecta al 60% de la población polaca. En segundo lugar, la más común es la obesidad, que afecta a personas de todas las edades y su incidencia está aumentando desde las últimas 2 décadas. La más importante es que, según una revisión sistemática de 85 estudios con niños, la prevalencia media de SM en todas las poblaciones fue del 3,3% (Friend et al., 2013).

Los niños con obesidad con SM se caracterizan por un bajo rendimiento físico y malos hábitos alimenticios. A menudo tienenintolerancia a la glucosa con resistencia a la insulina. Los factores genéticos, el sexo y el peso al nacer también influyen en la incidencia de SM en los niños: los sujetos con bajo peso al nacer tenían más probabilidades de tener SM (Xiao et al., 2010; Jankowska et al., 2021). Sin embargo, es el estilo de vida, la tecnología, la AP inadecuada, estar sentado durante mucho tiempo y una dieta que incluye comida rápida, refrigerios, bebidas azucaradas y otros productos con alto contenido de azúcar y grasa los que tienen el mayor impacto en el desarrollo del SM (Jankowski et al., 2015; Ishaque, 2021).

Se ha observado que la prevalencia del SM aumenta con las diferencias de edad y género (Hirode y Wong, 2020; Lind et al., 2021). La presencia de SM a una edad temprana aumenta el riesgo relativo de enfermedad cardiovascular. Este riesgo, a su vez, disminuye con la edad de diagnóstico de SM (Huang et al., 2022).

Por lo tanto, el diagnóstico y la terapia correctos del SM son muy relevantes para las medidas preventivas a nivel individual y poblacional, en las que la incidencia de la enfermedad está aumentando en frecuencia y en todos los grupos de edad. El propósito de esta revisión narrativa es presentar el impacto de la AF en los componentes del SM y resumir las recomendaciones para diferentes tipos de AF en pacientes con SM.

2     Actividad física en personas con síndrome metabólico: base fisiológica

Cada componente clínico del SM puede ser modificado por la actividad física (AF) como se muestra en la Figura 1. La AF se define como cualquier movimiento corporal producido por los músculos esqueléticos que requieren gasto de energía. Sin embargo, el ejercicio se considera una subcategoría de AF que es repetitiva, planificada, estructurada y con un propósito (Dasso, 2019). La AF regular y moderada contribuye a mejorar la sensibilidad a la insulina, el perfil lipídico, la presión arterial y la composición corporal (Caro et al., 2013; Weiss et al., 2017; Shariful Islam et al., 2023). Por otro lado, los bajos niveles de condición física son uno de los principales factores de riesgo para el SM y la mortalidad general (Hong et al., 2014; Blaha et al., 2016).

El estrés oxidativo y la inflamación juegan un papel importante en el desarrollo de todos los componentes individuales del SM (Golbidi et al., 2012).

El efecto antiinflamatorio del ejercicio regular se asocia con una disminución de la masa grasa visceral y, por lo tanto, una disminución en la liberación de adipocinas proinflamatorias (Gleeson et al., 2011). Los efectos antiinflamatorios del ejercicio también pueden ser independientes de los cambios en la masa grasa. Se ha demostrado que la PA induce citoquinas antiinflamatorias, como el antagonista del receptor de IL-1 (IL-

1RA) e IL-10 soluble, al tiempo que reduce la producción de las citoquinas proinflamatorias IL-1β y TNF-α (Allen et al., 2015). Los efectos beneficiosos del ejercicio también se reflejan en la liberación de

mioquinas: citocinas, interleucinas como IL-6 y otros péptidos producidos por las fibras musculares. Participan en la protección contra enfermedades relacionadas con la inflamación, incluida la aterosclerosis. Los efectos antiinflamatorios del entrenamiento físico también pueden ser el resultado de la modulación de las vías de señalización intracelular mediadas por óxido nítrico (NO) y radicales libres de oxígeno. El aumento de la producción de radicales libres de NO y oxígeno durante el entrenamiento es importante para inducir mecanismos de defensa antiinflamatorios (Nishii et al., 2023). Los radicales libres de oxígeno exhiben efectos beneficiosos y tóxicos. Cuando su exceso no se puede reciclar gradualmente o cuando el cuerpo se produce de forma natural

las defensas son débiles, la acumulación de radicales libres provoca un fenómeno llamado «estrés oxidativo» (Scheele et al., 2009; Simioni et al., 2018). Se ha demostrado que el ejercicio regular permite a las células desintoxicar mejor grandes cantidades de especies reactivas de oxígeno tanto en adultos como en adultos mayores, que tienen una actividad antioxidante similar a la de los jóvenes con estilos de vida sedentarios y que pueden beneficiarse de la AF para protegerse del daño oxidativo y prevenir los trastornos relacionados con la edad (Simioni et al., 2018).

2.1   Actividad física y obesidad

La disminución de la AF está fuertemente asociada con un mayor riesgo de obesidad (Nunn et al., 2010). Aumentar el gasto de energía con una ingesta disminuida puede ayudar a reducir el exceso de grasa corporal y la obesidad. Los informes científicos indican que los métodos que pueden reducir eficazmente la grasa corporal incluyen cambiar la dieta y modificar el gasto energético a través del ejercicio (Niemiro et al., 2023). La grasa visceral es una de las causas de la inflamación sistémica, que conduce a la resistencia a la insulina, la diabetes tipo II y la aterosclerosis (Ellulu et al., 2017). Se observa una relación inversa entre la AF, el IMC, la relación cadera-cintura y la circunferencia de la cintura. La reducción de peso a través del entrenamiento físico da como resultado una menor pérdida de masa muscular en comparación con la grasa corporal que la pérdida de peso solo a través de la dieta (Weiss et al.,  2017; Shozi et al., 2022). Se ha observado que la masa corporal magra representa una gran parte de la absorción de glucosa estimulada por la insulina, de ahí la suposición de que una mayor masa corporal magra tiene un mejor efecto sobre la homeostasis de la glucosa. Además, teniendo en cuenta la relación entre la masa corporal magra y el gasto energético en reposo, una mayor masa corporal magra tiene un efecto protector contra la acumulación excesiva de grasa a través de un mayor gasto energético en reposo (Lagacé et al., 2022). Además, la reducción de la masa grasa promueve el aumento de los niveles de adiponectina y la mejora de los perfiles de citoquinas, cambios en los que
se asocian con SM y el desarrollo de resistencia a la insulina. En un estudio de Venojärvi et al. (2022),  una intervención de dieta y ejercicio de 2 años redujo los niveles de leptina y aumentó los niveles de adiponectina en los sujetos. También observaron un mejor control de la glucosa sin afectar la expresión del gen GLUT-4 en el músculo esquelético en los sujetos. Además, la mejora de la sensibilidad a la insulina se asoció con una mejora del consumo máximo de oxígeno (VO2max) (Venojärvi et al., 2022).

2.2    Actividad física e hipercolesterolemia

El ejercicio mejora la capacidad del músculo esquelético para utilizar grasas en lugar de glucógeno, lo que resulta en niveles más bajos de lípidos plasmáticos (Mann et al.,  2014). Un mecanismo conocido que mejora el perfil lipídico es el aumento de la actividad de la lipoproteína lipasa (LPL) bajo la influencia de la PA, que es responsable de la hidrólisis de quilomicrones y VLDL (Crichton y Alkerwi, 2015). En un estudio de Caro et al. (2013)  se observaron diferencias significativas en los parámetros lipídicos (triglicéridos, HDL-C, no HDL-C, apoliproteína B) entre aquellos con estilos de vida sedentarios y aquellos que hacían ejercicio regularmente (a una intensidad de 7,5-15 MET por semana). Se observaron tendencias similares en el estudio de Crichton y Alkrewi. El aumento del tiempo frente a la pantalla afectó negativamente al perfil lipídico, en particular a los niveles de HDL, independientemente de la edad, el sexo, la educación, el tipo de ocupación, los ingresos, la AF, los factores dietéticos y el tabaquismo (Crichton y Alkerwi, 2015).

2.3    Actividad física e hipertensión

Reducir la presión arterial sistólica en 10 mmHg y la presión arterial diastólica en 5 mmHg puede reducir los incidentes cardiovasculares en una cuarta parte, el accidente cerebrovascular en un tercio y la mortalidad por cualquier causa en un 13% (Ettehad et al.,2016). Los mecanismos a través de los cuales el entrenamiento físico y la reducción de peso afectan la presión arterial incluyen cambios estructurales y funcionales en el sistema vascular, modulación del sistema renina-angiotensina, disminución de la estimulación del sistema nervioso simpático y aumento de la sensibilidad a la insulina (Golbidi et al., 2012). El entrenamiento físico tiene efectos significativos sobre la morfología de varios vasos sanguíneos. Provoca remodelación vascular y aumenta el área de la sección transversal y el diámetro de las venas y arterias. Esto da como resultado una disminución de la resistencia periférica (Stebbings et al., 2013). Además de los cambios estructurales, hay cambios funcionales que conducen a un mejor flujo sanguíneo. El ejercicio induce la angiogénesis, o la formación de nuevos vasos sanguíneos a nivel de las arteriolas de resistencia capilar, y la arteriogénesis, o la dilatación de los vasos existentes (Königstein et al., 2023). El ejercicio, además, reduce la respuesta vascular a la endotelina-1, que es un vasoconstrictor en personas con hipertensión establecida. El entrenamiento físico, al aumentar la producción de óxido nítrico y la liberación de acetilcolina, aumenta la vasodilatación dependiente del endotelio (Rêgo et al., 2019; Shariful Islam et al., 2023). Además, en personas con hipertensión, la AP reduce la actividad del nervio simpático (Shariful Islam et al., 2023). El sistema nervioso simpático se activa durante el ejercicio, pero el entrenamiento regular puede reducir la actividad del sistema nervioso simpático. La respiración lenta después del ejercicio estimula el sistema nervioso parasimpático que regula el equilibrio autónomo (Daniela et al., 2022).

2.4     Actividad física y resistencia a la insulina

En las personas con diabetes causada por la resistencia a la insulina, se pueden realizar cambios beneficiosos en la tolerancia a la glucosa a través del ejercicio regular. La obesidad abdominal contribuye a la resistencia a la insulina y el ejercicio regular ayuda a reducir la grasa corporal, aumentando así la sensibilidad celular a la insulina (Hong et al., 2014; Shih y Kwok, 2018). La pérdida de peso influenciada por el PA mejora la capacidad oxidativa de las mitocondrias e inhibe significativamente la gluconeogénesis al afectar la producción endógena de glucosa. La efectividad de las mejoras sostenidas en el metabolismo de la glucosa puede verse influenciada por la intensidad del ejercicio, ya que se asocia con cambios en la composición corporal: en la masa grasa, el tejido adiposo visceral y subcutáneo y el porcentaje de masa grasa, lo que puede traducirse en mejoras en la tolerancia a la glucosa (Keshel y Coker, 2015). Los informes científicos sugieren que un estilo de vida sedentario afecta los cambios en la proteína transportadora de glucosa muscular (GLUT) que afecta el metabolismo de los carbohidratos. Además, la denervación del músculo esquelético provoca una rápida disminución tanto del contenido de GLUT-4 muscular como de la captación de glucosa estimulada por la insulina (Strasser,  2013). En conclusión, los niveles insuficientes de AF pueden contribuir ael desarrollo de resistencia a la insulina al disminuir la eficiencia de las células β pancreáticas a través de varias vías, incluida la disfunción mitocondrial, el estrés oxidativo y la inflamación, y apoptosis (Hudish et al., 2019; Yaribeygi et al., 2021).

3     Formas recomendadas de actividad física en personas con

síndrome metabólico

La AF y un estilo de vida activo tienen un efecto preventivo en el contexto del estrés oxidativo, pero también en la protección primaria y secundaria contra
enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo II, SM y enfermedades neurodegenerativas, incluida la enfermedad de Alzheimer (Simioni et al., 2018).

3.1   Entrenamiento aeróbico

El entrenamiento aeróbico (TA) es el tipo de ejercicio más efectivo en los problemas de salud asociados con el SM. Un estudio de Bateman et al. (2011)  encontró que la TA mejoró los parámetros de SM en mayor medida que el entrenamiento de resistencia (RT). Sin embargo, la mayor mejora se observó con una combinación de resistencia y ejercicio aeróbico (Bateman et al., 2011).

La TA que causa el gasto de energía es una herramienta importante para reducir el peso corporal y la grasa corporal, incluida la grasa visceral. Los mejores resultados se obtienen cuando se combinan con una dieta equilibrada. La intervención con TA sola da como resultado una pequeña disminución del peso corporal (0-2 kg) y su efectividad solo es posible con altos volúmenes de entrenamiento (Donnelly et al., 2009; Swift et al., 2014).

La TA es una de las principales intervenciones de estilo de vida introducidas en pacientes hipertensos. Se ha observado en un metaanálisis que la TA reduce la presión arterial sistólica en 8-12 mmHg y la presión arterial diastólica en 5-6 mmHg en adultos hipertensos (de Barcelos et al.,  2022). Esto se asocia, entre otras cosas, con una reducción de la rigidez arterial, efectos sobre la función autonómica, así como una mejor función endotelial y una reducción de la inflamación de la pared del vaso (Lopes et al., 2018). La TA también es una intervención eficaz para lograr el control de la presión arterial sistólica y diastólica en pacientes con hipertensión no controlada utilizando dos fármacos antihipertensivos. Esto se demostró en un estudio de Maruf et al. (2016)  en el que los sujetos se sometieron a un programa de entrenamiento de 12 semanas de ejercicio de danza aeróbica a una intensidad del 50% al 70% 3 veces por semana. Los investigadores concluyeron que la TA puede ser útil en el tratamiento de personas con hipertensión sin necesidad de recetar un tercer fármaco para reducir la presión arterial (Maruf et al., 2016). Otra revisión sistemática y metanálisis indica que la AF de varios tipos a intensidad moderada realizada durante el tiempo libre tiene un efecto significativo en la reducción de la presión arterial (tanto sistólica como diastólica) en comparación con un grupo de control sin intervención (Shariful Islam et al., 2023).

La TA tiene efectos sistémicos beneficiosos. El estudio de Monda et al. (2020)  comprobó varios parámetros sanguíneos [aspartato aminotransferasa (AST), alanina aminotransferasa (ALT), gamma-glutamil transpeptidasa (GGT), colesterol total (TC), HDL, LDL y TG] después de 6 meses de TA regular sin cambios en la dieta. Todos los parámetros sanguíneos estudiados mejoraron desde los niveles basales. También se describió una asociación entre el aumento de los niveles plasmáticos de orexina A y la AF. Este neuropéptido juega un papel importante en estados clave: sueño-vigilia, comportamiento alimentario, estado de ánimo u homeostasis energética. Se ha demostrado que está involucrado en las adaptaciones al ejercicio (Monda et al., 2020).

Los hallazgos sugieren que el momento, el volumen y la intensidad del ejercicio afectan los cambios en los niveles de lípidos en sangre. El HDL-C es más sensible al ejercicio. Para reducir más los niveles de LDL-C y TG, es necesario aumentar la intensidad de AT. Aunque la TA de alta intensidad tiene un efecto muy significativo en la mejora del perfil lipídico (especialmente LDL-C y TG), el ejercicio de intensidad moderada o baja es suficiente para la mayoría de las personas. Muchas personas con SM no deben someterse a ejercicios de alta intensidad (Wang y Xu, 2017).

Dado que las contracciones musculares que ocurren durante el ejercicio aumentan la absorción de glucosa en el músculo esquelético, se recomienda para pacientes
con diabetes tipo 2. Se observaron diferencias significativas en la glucosa en sangre en ayunas, los niveles de insulina plasmática y la resistencia a la insulina en pacientes con diabetes tipo II después de una intervención de AT de 8 semanas a una intensidad del 60% en comparación con un grupo de control (Motahari-Tabari et al., 2014). De acuerdo con las recomendaciones para personas con diabetes tipo II, para obtener los mayores beneficios para la salud, el ejercicio de intensidad moderada a alta debe ser de al menos 150 minutos por semana. La TA se puede realizar de forma continua o como entrenamiento de intervalos de alta intensidad (HIIT), que se caracteriza por ráfagas cortas e intensas intercaladas con períodos de recuperación. Se pueden obtener beneficios metabólicos y cardioprotectores similares en pacientes más jóvenes o en mejor forma física que realizan HIIT vigorosamente durante 75 minutos / semana. Sin embargo, este tipo de entrenamiento se recomienda para pacientes clínicamente estables que ya están realizando una AF vigorosa (Cannata et al., 2020).

3.2    Entrenamiento de resistencia

El entrenamiento de resistencia (RT) aumenta la fuerza, la masa muscular y la masa corporal magra más que el AT. Sin embargo, debido al aumento de la masa muscular, no causa pérdida de peso sin restricción calórica. Pero, incluso sin restricción calórica, tiene un efecto beneficioso sobre la composición corporal porque reduce la masa grasa, incluida la grasa abdominal, y aumenta el metabolismo basal. En reposo, el músculo esquelético consume 54,4 kJ/kg (13,0 kcal/kg) por día, más que el tejido adiposo. 18,8 kJ/kg (4,5 kcal/kg) (Heymsfield et al., 2002; Sundell, 2011). Esto es particularmente importante para las personas que pierden peso, ya que el metabolismo en reposo se reduce después de la pérdida de peso en personas sanas de peso normal y con sobrepeso. Esta reducción se produce debido a la pérdida de masa de los tejidos prescindibles de energía y a las adaptaciones metabólicas. En consecuencia, la pérdida de tejidos prescindibles de energía, principalmente músculo esquelético y tejido adiposo, contribuye a una reducción del metabolismo en reposo (Martin et al., 2022).

También se ha demostrado que la RT aumenta la sensibilidad a la insulina, mejora la tolerancia a la glucosa y reduce los valores de presión arterial (Irvine y Taylor, 2009; Sundell, 2011). Un metaanálisis de Jiahao et al. (2021)  mostró que el entrenamiento de resistencia mejora la sensibilidad a la insulina en los ancianos. El ejercicio de alta intensidad y a largo plazo tuvo un mejor efecto en la mejora de los índices relacionados con la resistencia a la insulina en individuos sanos, mientras que las actividades más cortas y de intensidad moderada son preferidas en personas con diabetes tipo II (Jiahao et al., 2021). Un metaanálisis de de Sousa et al. (2017)  mostró que una intervención de RT redujo la presión arterial sistólica y diastólica en sujetos prehipertensos e hipertensos. El efecto hipotensor de la RT puede deberse a la reducción de la resistencia periférica y a la mejora de la función endotelial (de Sousa et al., 2017). Correia et al. (2023)  observaron que el efecto más fuerte de la RT en la reducción de la presión arterial se ejerce mediante el ejercicio con cargas moderadas a pesadas >60% de una repetición máxima (1RM), frecuencia al menos dos veces por semana y realizado durante al menos 8 semanas (Correia et al., 2023). En un estudio de Ihalainen et al. (2019)  se demostró que en pacientes de edad avanzada (65-75 años), la RT realizada con más frecuencia de 2 veces por semana tiene un efecto beneficioso sobre el perfil lipídico y la composición corporal. Además, los pacientes con niveles más altos de presión arterial sistólica, triglicéridos y hs-CRP se beneficiaron más de la RT, independientemente de la frecuencia del ejercicio (Ihalainen et al., 2019). La RT de intensidad baja/moderada (≤75% de 1RM) induce cambios más beneficiosos en el perfil lipídico que la RT de alta intensidad (Lira et al., 2010).

3.3   Recomendaciones para el ejercicio en personas con síndrome metabólico

La AT de intensidad moderada está especialmente recomendada para reducir el peso corporal, la grasa visceral y mejorar la presión arterial. Para mantener la masa corporal magra durante la pérdida de peso, se recomienda incluir RT de intensidad moderada a alta en el programa de ejercicios. Para mejorar la sensibilidad a la insulina y aumentar la aptitud cardiorrespiratoria, cualquier tipo de entrenamiento es apropiado, incluido el HIIT implementado bajo supervisión después de una evaluación exhaustiva del riesgo cardiovascular (Oppert et al., 2021).

A pesar de los beneficios del entrenamiento de alta intensidad para la mayoría de las personas, especialmente los pacientes con enfermedades cardiovasculares, no se recomienda el ejercicio de alta intensidad. Para mejorar los parámetros de salud, el ejercicio de intensidad moderada es suficiente. En individuos no entrenados, incluso el ejercicio ligero produce efectos beneficiosos, y los beneficios metabólicos de la AF se observan incluso en ausencia de una pérdida de peso significativa (Mann et al., 2014; Joseph et al., 2019). Además, se recomienda reducir la cantidad de tiempo que se pasa sentado. Katzmarzyk et al. (2009)  observaron una asociación entre el tiempo sentado y la mortalidad por todas las causas y cardiovascular, independientemente del nivel de AF en el tiempo libre.

Se está prestando atención al papel de la termogénesis de la actividad sin ejercicio (NEAT) que representa la AF espontánea en la prevención de los componentes del SM, sobre todo la obesidad. NEAT es crucial para regular el gasto de energía. Es un

TABLA 1 Recomendaciones para la actividad física en la prevención de enfermedades cardiovasculares.

Tipo de PAFrecuenciaIntensidadActividades
Entrenamiento aeróbico150-300 min/semana de intensidad moderada o3–5,9 METPasar la aspiradora, jardinería, caminar a paso ligero, bailes de salón, aeróbic acuático, tenis (dobles), ciclismo 15 km/h
75-150 intensidad vigorosa≥6 METCorrer, bailar aeróbicamente, tenis (individuales), saltar la cuerda, trabajos pesados de jardinería (excavación), ciclismo >15 km/h
Entrenamiento de resistenciaAl menos 2 veces por semana60%–80% RMEjercicios con pesas, barras, discos, mancuernas, pesas rusas, máquinas de resistencia
1-3 series
8-12 repeticiones
8-10 ejercicios diferentes

FCR, reserva de frecuencia cardíaca; min, minutos; repeticiones, repeticiones; RM, repetición máxima. componente variable del gasto energético total diario y los niveles bajos de NEAT se asocian con la incidencia de obesidad. Los niveles de NEAT dependen en gran medida de factores individuales y ambientales, incluido el trabajo y el tiempo libre. También incluye ir al trabajo/escuela o realizar tareas domésticas como limpiar, cocinar o jardinería (Villablanca et al., 2015; Chung et al., 2018).

La cantidad adecuada de AF para adultos recomendada por la OMS es de al menos 150 minutos por semana de ejercicio aeróbico de intensidad moderada o 75 minutos por semana de ejercicio aeróbico de alta intensidad, o una combinación de ambos. Además, se recomienda implementar entrenamientos de fortalecimiento muscular (entrenamiento de resistencia o pesas) de intensidad moderada a alta durante al menos 2 días a la semana. Las recomendaciones también incluyen limitar el tiempo en una posición sedentaria a favor incluso de la actividad de baja intensidad. Se pueden obtener más beneficios para la salud si se está activo durante al menos 300 minutos a la semana (Organización, 2022). La reducción de la AF agravada por los avances tecnológicos y un estilo de vida cada vez más sedentario promueve el desarrollo del SM. En la Tabla 1 se proporcionan recomendaciones resumidas para la AF en la prevención de enfermedades cardiovasculares basadas en la Sociedad Europea de Cardiología (ESC) y el Colegio Americano de Cardiología / Asociación Estadounidense del Corazón (ACC / AHA)   (Arnett et al., 2019; Visseren et al., 2021).

En el estudio de Bankoski et al. (2011),  las personas con SM en comparación con Las personas sanas pasaban más tiempo sentadas (67,3% frente a 62,2%). Pasar más tiempo en posición sedentaria y menos descansos para sentarse se asociaron con una probabilidad significativamente mayor de SM después de ajustar por edad, sexo, educación, etnia, consumo de alcohol, tabaquismo, IMC, prevalencia de diabetes y enfermedades cardíacas y nivel de AF (Bankoski et al., 2011).

Los estudios muestran que cumplir o superar las recomendaciones de AF está inversamente relacionado con el riesgo de SM y mejora los parámetros en personas con SM ya establecido o sus componentes (Mann et al.,  2014; Wu et al., 2016; Joseph et al., 2019).

4     Conclusión

El SM es una afección que afecta cada vez a más personas en todo el mundo. Todos los componentes del síndrome metabólico pueden ser modificado a través de cambios en el estilo de vida, principalmente a través de cambios en la dieta y la actividad física. Con varias formas de AP, una amplia selección de intensidades y tipos, está disponible para pacientes de todas las edades y condiciones físicas. Cada componente clínico del síndrome metabólico se puede modificar con actividad física, que es una forma de bajo costo y, por lo tanto, de fácil acceso para prevenir y tratar el síndrome metabólico.

Publicado por saludbydiaz

Especialista en Medicina Interna-nefrología-terapia intensiva-salud pública. Director de la Carrera Economía y gestión de la salud de ISALUD. Director Médico del Sanatorio Sagrado Corazon Argentina. 2010-hasta la fecha. Titular de gestión estratégica en salud

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