Recopilación Carlos Alberto Díaz.
Introducción:
Esta intervención en el blog esta inspirada de diferentes intervenciones en los suplementos de los principales periódicos del mundo que hacen referencia a la literatura refiriéndose a la pandemia, decía el 28 de Marzo Miguel Lorenci desde Madrid: «Desde el alba de los tiempos el género humano ha sufrido los estragos de plagas, pestes y pandemias. Y se ha confinado para defenderse de unas infecciones mucho más mortíferas en el pasado que hoy. De Tucídides a Camus, de Séneca a Montaigne o Schopenhauer, filósofos, historiadores, literatos e investigadores reflejan cómo estas sacudidas cambian nuestras vidas, pensamientos y comportamientos. «Las epidemias han tenido más influencia que los gobiernos en el devenir de nuestra historia», aseguró George Bernard Shaw. «La lucha milenaria entre el microbio y el hombre se reduce a esta sencilla cuestión: ¿quién domestica a quién?», advertía hace un siglo Ramón y Cajal. Y en esta seguimos.
Desarrollo:
Castigo divino por excelencia, la peste viene descrita por los autores desde la Antigüedad. Comienzo desde una cita en el Antiguo Testamento (Libro de Samuel II-24), Dios le da al rey David la elección entre tres castigos : siete años de hambruna, tres meses de guerra o tres días de peste. El rey elige la tercera opción…
En esta latitud el Virreinato del Río de la Plata el arcediano don Martín del Barco Centenera escribió sobre aquellos días de la primera Buenos Aires de 1536: “Una pestilencia grande hubo venido/de que muchos Guaranís se murieron/que carne de cristianos han comido/la peste les sucede atribuyeron”.
Martín Fierro y la viruela en la toldería: “Había un gringuito cautivo/que siempre hablaba del barco/y lo augaron en un charco/por causante de la peste/tenía los ojos celestes/como potrillito zarco”.
Arthur Schopenhauer sostenía que «el hombre prudente es aquel que se anticipa al daño», pero casi dos milenios antes Séneca afirmaba, por contra, que «lo que no se puede evitar, inútilmente se previene».
«Un dios portador de fuego se ha lanzado sobre nosotros y atormenta la ciudad: la peste, el peor de los enemigos», escribe Sófocles en ‘Edipo Rey’ ante una Tebas asolada por la epidemia que Edipo motivó, sin saberlo, con un antiguo crimen.
Tucídides narró en su ‘Historia de la Guerra del Peloponeso’ los estragos de una epidemia «tan grande y un aniquilamiento que no se recordaba que hubiese tenido lugar en ningún sitio». Describe los síntomas de la peste que él mismo contrajo y la reacción psicológica y social. «En el caso de que un día sobreviniera de nuevo, se estaría en las mejores condiciones para no errar en el diagnóstico», dice en el primer abordaje de base científica bajo la doctrina de Hipócrates.
En cada pandemia el miedo atenaza a la razón y los corazones, y son muchos quienes nos instan a plantarle cara. «No hay cosa de la que tenga tanto miedo como del miedo», escribe Michel de Montaigne, el padre del ensayo, que se ocupa de cuanto aflige y celebran los humanos. Aislado en su torre para escribir sus ‘Essais’, nos recuerda que todo es transitorio. Que «a nadie le va mal durante mucho tiempo sin que él mismo no tenga la culpa». «El que teme padecer, padece ya lo que teme», escribe.
«Para nada me asusta el peligro, pero sí la consecuencia última: el terror», escribiría tres siglos después Edgard Allan Poe, que abordó el asunto en cuentos como ‘El rey Peste’ y ‘La máscara de la muerte roja’, que protagoniza Próspero, un príncipe que construye un palacio magnífico e inexpugnable para escapar de la muerte, que le alcanzará en forma de espectro. «Nunca hubo peste tan mortífera ni tan horrible. La sangre era su emblema y su sello, el rojo horror de la sangre», escribe Poe.
«Es una idea que puede hacer reír, pero la única manera de luchar contra la peste es la honestidad», escribe Albert Camus en ‘La peste’. Narra una epidemia en Orán en los años cuarenta y está plagada de frases que hoy toman un nuevo y reconfortante sentido. «Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y sin embargo, pestes y guerras toman a las gentes siempre desprevenidas», advierte. «El hábito de la desesperación es peor que la desesperación misma», señala el gran escritor francés, que no deja de repetir que «la estupidez insiste siempre». «La plaga -apunta- no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar».
Igualmente un encuadre de Fred Rogers: “A menudo, cuando piensas que estás al final de algo, estás al comienzo de otra cosa“. Esto habla de este momento como el comienzo de una nueva era, sin ninguna connotación negativa. Esto es lo que podría ser con esta pandemia.
“Como hay tanta gripe han tenido que clausurar la universidad…(…)…La gripe hace terribles estragos. La familia se ha tenido que dividir para ir a los entierros…(…)…La gripe continúa matando implacablemente a la gente. En estos últimos días he tenido que asistir a diversos entierros.” El cuaderno gris. Josep Pla.
«La cuarentena nació en 1374, con el edicto de Reggio, ciudad de Módena, Italia. En realidad, fue un cordón sanitario, pues el término cuarentena derivó de un término marítimo, aplicándose un período de aislamiento a los buques que llegaban de puertos de mala fama médica. Este período llevaba implícita la idea del período de incubación. El primer puerto en que se decretó cuarentena (que fue sólo treintena: luego se ampliaría) fue Ragusa (hoy Dubrovnik, Bosnia-Herzegovina, sobre el Adriático) en 1377. Seis años después, Marsella aumentó el plazo a los cuarenta días. En el siglo XV este período de observación o cuarentena hizo nacer el lazareto, también en Marsella, 1476, lugar complementario donde los pasajeros debían permanecer en espera que pasase el período de contagio arbitrariamente establecido. Con el tiempo llegaron a establecerse complejos reglamentos. Según el puerto de procedencia o los puertos que hubiera tocado en su viaje, el barco se calificaba de patente «limpia» o «sucia». Si era «sucia», los objetos debían quedar en la cubierta del barco, oreándose » al sereno» (período de sereinage), los pasajeros sanos cumplir cuarentena en el lazareto y los enfermos ir al hospital. Según la enfermedad, los plazos variaban entre 8 y 30 días. ¡En 1784, Marsella imponía 50 días de cuarentena a los buques procedentes de Túnez y Argel ! Luego del período de serenaige, barco, bártulos y enseres se desinfectaban con vapores de cloro»
Decamerón de Giovanni Bocaccio Este clásico de la literatura universal constituido por cien cuentos, algunos de ellos más cercanos a la novela corta, fue escrito entre 1351 y 1353. Para darle continuidad a los relatos, el libro está construido como una narración enmarcada que comienza con una descripción de la peste bubónica o peste negra, la pandemia devastadora que asoló Europa en el siglo XIV y que mató cerca de un tercio de la población del continente.
A partir de la aparición de la enfermedad, un grupo de diez jóvenes huyen de la plaga para refugiarse en las afueras de Florencia. La obra es mucho más que un relato sobre aquellos tiempos, entre sus temas principales se encuentran el amor, la inteligencia humana y la fortuna, dejando espacio para lo erótico y lo trágico.
En el siglo XIX ya había fuertes polémicas sobre la utilidad de la cuarentena. En 1872, en Italia, 800 barcos permanecieron en cuarentena, con fuertes pérdidas económicas, sin que enfermara nadie a bordo. En 1799, Napoleón desembarcó sus tropas provenientes de Oriente, en Frejus, Francia, haciendo caso omiso de la cuarentena, pues el tiempo era oro. Inglaterra suspendió la cuarentena y la Academie francaise declaró que la fiebre amarilla y la peste no eran infecciosas. Pero EE.UU. demostró un éxito total evitando la importación de la fiebre amarilla, de manera que la cuarentena continuó en Europa hasta principios del siglo XX.
Los cordones sanitarios en las fronteras eran más difíciles de mantener. En 1530 fueron quemados en Italia algunos comerciantes que burlaron el cordón. Dos siglos después, en 1720, Inglaterra estableció un cordón de hierro para varios de sus puertos, debiendo luego echar pie atrás, pues la falta de abastecimiento hacia el interior estaba provocando «una penuria real, por evitar una calamidad probable». Por decreto del gobierno alemán del 29 de enero de 1879 prohibiese el ingreso desde Rusia de: «ropas interiores y de camas y vestidos usados, cueros, pieles, vejigas e intestinos frescos o secos, fieltros, cepillos, plumas, caviar, peces y bálsamo de Sarepta».
El imperio austro-húngaro llevó al extremo los cordones sanitarios en su frontera con Turquía, en el siglo XVIII. Cada hombre tenía la obligación de cuidar la frontera 149 días al año, de manera que en 1799 había 692 puestos, con 4.000 hombres, que aumentaban a 7.000 y hasta 11.000 si había casos en Estambul: estaban tan cerca uno de otro, que de día podían verse y de noche llamarse.
Kitty O´Meara: “Y la gente se quedó en casa. Y leía libros y escuchaba. Y descansaba y hacía ejercicio. Y creaba arte y jugaba. Y aprendía nuevas formas de ser, de estar quieto. Y se detenía. Y escuchaba más profundamente. Algunos meditaban. Algunos rezaban. Alguno bailaba. Algunos hallaron sus sombras. Y la gente empezó a pensar de forma diferente”. Y la gente sanó. Y, en ausencia de personas que viven en la ignorancia y el peligro, sin sentido y sin corazón, la Tierra comenzó a sanar.
Y cuando pasó el peligro, y la gente se unió de nuevo, lamentaron sus pérdidas, tomaron nuevas decisiones, soñaron nuevas imágenes, crearon nuevas formas de vivir y curaron la tierra por completo, tal y como ellos habían sido curados».
«No hay soluciones locales para problemas generados a nivel global», declaró Zygmunt Bauman, uno de los grandes pensadores del siglo XX, reclamando abordajes globales para problemas universales. Destaca el autor de ‘Las consecuencias sociales de la globalización’, cómo ante los desastres, las guerras o las pandemias la gente se suele movilizar «olvidando sus diferencias y discrepancias».
The Stand (su título en inglés, La danza de la muerte en Hispanoamérica y Apocalipsis en España) es la cuarta obra del prolífico autor estadounidense Stephen King.
La pieza es una novela post-apocalíptica de terror y suspense publicada en 1978 y reeditada con una versión más extensa en 1990, en la que el autor de It y El resplandor re-elabora la trama de su cuento Marejada nocturna (incluido en El umbral de la noche). La danza de la muerte es una de las obras más conocidas a nivel mundial y la más exitosa del autor en cuanto a ventas en Estados Unidos.
Dividida en tres partes, se relata el escape de una familia y la propagación de un arma biológica, el virus de una supergripe conocido como el “Proyecto Azul” y al que coloquialmente se denomina “el Capitán Trotamundos” y que posee una tasa de mortalidad del 99,4%. La epidemia provoca la muerte de la mayor parte de la población estadounidense (y mundial, se menciona a Europa oriental, China, la extinta Unión Soviética como también a Perú y Senegal).
Esta fue la última novela escrita por el autor estadounidense. La obra integra el elenco de las nouvelles con las que el gran escritor nos iluminó en los últimos años de su vida, desde el momento en que -obligado por la edad y la falta de recursos físicos- tomó la decisión de comprimir historias e ideas para poder desarrollarlas con la misma fuerza con las que antes llevaba adelante historias voluminosas y riquísimas en su trama y complejidad.
En plena Segunda Guerra, Bucky Cantor es un joven judío, líder comunitario en Weequahic, Newark (escenario de la mayoría de las historias de Roth). Por problemas en la vista no pudo alistarse en el ejército y no ha ido al frente, por lo que se siente disminuido frente a sus pares y también frente al mundo. Es verano, él tiene a su cargo a un grupo de chicos en una colonia y llega hasta ellos la epidemia de polio. Algunos de sus chicos mueren víctimas de la enfermedad. Su novia es Marcia, hija de un médico a quien Bucky admira con toda su alma, por lo que ella es no solo su amor sino una promesa de promoción social y vital. En plena crisis social por la polio, Marcia lo invita a salir de la zona apestada, lo invita, de alguna manera, a salvarse.
Némesis es una gran novela sobre la culpa, sobre los prejuicios, el racismo y la discriminación y es, también, un exquisito ejercicio narrativo ya que quien cuenta la historia, muchos años después de sucedidos los hechos, es uno de los chicos cuidados por Bucky Cantor que contrajo la polio…
La peste escarlata fue Publicada en 1912, la obra se centra en los sucesos trágicos ocurridos más de un siglo después, exactamente en 2013, cuando en las principales ciudades de la Tierra se propaga una peste fulminante y veloz, que no discrimina edades, género ni clases sociales. “Se aceleraba el ritmo cardíaco y aumentaba la temperatura corporal. Después aparecía la erupción escarlata, que se extendía como un reguero de pólvora por la cara y por el cuerpo…”, dice la novela.
Para la peste que aqueja la obra de London no hay curas ni antídotos, por lo que el mal avanza forzando el éxodo de los pobladores de las ciudades, que igualmente no pueden escapar a su destino, y que convierten al mundo en un caos de saqueos, asesinatos y mucha injusticia. Así, los pocos sobrevivientes forman pequeñas comunidades perdidas, mientra la vegetación se devora lo que alguna vez la civilización.
La Peste Escarlata retrata la fragilidad de la civilización, demuestra cómo cuando aún la humanidad se cree en el pináculo de su desarrollo todo puede cambiar de manera brusca si la naturaleza así lo desea.
En la obra del autor estadounidense, publicada en 1941, Steward George un devastador y desconocido virus asola la civilización e, inexplicablemente, su protagonista sobrevive a la plaga.
A la deriva, debe afrontar un mundo sin humanidad, de paisajes degradados y donde las hordas de insectos y roedores son los nuevos amos de la Tierra. Finalmente, dará con una superviviente, con la que fundará una nueva sociedad semejante a la de los antiguos nativos norteamericanos. Único testigo del pasado, el personaje asegura: “Los hombres van y vienen, pero la Tierra permanece”.
En 1996, se prohibió la internación en toda Europa de carne de vacuno desde las islas británicas y se asesina a todo el ganado en pie, por una publicación afirmando « que no se puede descartar la trasmisión de la enfermedad de las vacas locas al hombre», con lo cual parece ponerse en manifiesto cierto retroceso irracional.
La prosa de Marcel Schwob (1867-1905), escritor, poeta y traductor francés« La enfermedad llegaba de repente, y atacaba en plena calle. Los ojos ardían y se volvían rojos, la garganta se ponía ronca ; la barriga se hinchaba. Después, la bocha y la lengua se cubrían de bolsitas llenas de agua irritante. Se estaba poseído por la sed. Una tos seca agitaba a los enfermos durante varias horas. Después, los miembros se ponían tiesos en las articulaciones ; la piel se salpicaba de manchas rojas, hinchadas, que algunos nombran bubones. Finalmente, los muertos tenían la cara deformada y blancuzca, con heridas sangrantes y la boca abierta como un cuerno. Las fuentes públicas, casi agotadas por el calor, estaban rodeadas de hombres doblados y flacos que intentaban meter la cabeza en el agua. Varios de ellos se tiraron, y se les sacaba por los ganchos de las cadenas, negros de lodo y el cráneo estrellado. Los cadáveres ennegrecidos yacían en medio de las vías por donde pasa, cuando es la época, el torrente de las lluvias ; el olor no se podía soportar y el miedo era terrible. »
Ensayo sobre la Ceguera de José Saramago tiene un abordaje excepcional. No solo se recrea lo que le sucede a las personas en su vida cotidiana, sino también las medidas desesperadas del Estado para controlar una peste de la que no conoce nada. La soledad de un grupo de personas que debe enfrentar una cuarentena por demás violenta y cruel saca el mejor aspecto de todos, el de la solidaridad, aunque para eso deban suceder muchas, muchas cosas.
“En Argentina se pueden desatacar tres grandes epidemias que afectaron de forma importante a la sociedad. Dos en el siglo XIX y una en el siglo XX”, indicó Camila Perochena en Pensándolo Bien.
La historiadora hacía referencia a la propagación del cólera (1867-68), la fiebre amarilla (1870-71) y la gripe española (1918-19).
“Hay que considerar a las epidemias en los efectos sociales de la misma manera que consideramos una revolución, una guerra o una crisis económica. No son anécdotas”, observó Perochena.
Origen de las pandemias
Queda un problema no resuelto. ¿Cómo se generan las epidemias? No había sífilis en Europa antes del siglo XV, al menos no en forma masiva: se culpó a América. No había SIDA antes de 1981: se culpó a Haití. No había cólera antes de 1830: se culpó a India. Pero en India, de acuerdo con registros británicos muy serios, nunca «había habido enfermedad semejante». Cuando ya era un dogma que sólo el serotipo O 1 de Vibrio cholerae provocaba la enfermedad, ha surgido ahora en Bengala un serotipo totalmente nuevo, el 0139, que amenaza causar una nueva pandemia. Entonces… ¿aparecen nuevas bacterias o se modifican las anteriores? ¿Vuelve el castigo divino?
Camus continúa su exploración sobre la condición humana, con “personajes solidarios” que “no piensan disolver el absurdo, pero luchan juntos contra aquello que aplasta al ser humano, incluso sabiendo que esa lucha no tendrá fin jamás”.
Ahora es el momento de un enfoque más científico y analítico, como dijo la física Marie Curie: “No hay que temer nada en la vida, solo hay que entenderlo. Ahora es el momento de entender más, para que podamos temer menos“.
Doscientos años antes del coronavirus, el escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe tuvo algunos consejos metafóricos conmovedores para hacer su parte en esta pandemia, cuando escribió: “Que cada uno barra delante de su propia puerta, y todo el mundo estará limpio”.
Acoger estas frases esta vez podría tener un impacto positivo en ti. “Lo que no nos mata, nos hace más fuertes”, dijo el famoso filósofo aforístico Friedrich Nietzsche. Y el maestro espiritual Eckhart Tolle agregó que “la vida te dará la experiencia que sea más útil para la evolución de tu conciencia“.
Ahora es el momento de un enfoque más científico y analítico, como dijo la física Marie Curie: “No hay que temer nada en la vida, solo hay que entenderlo. Ahora es el momento de entender más, para que podamos temer menos“.
Conclusión:
Este recorrido, que trató de ser una línea de tiempo, que buscó lo local, lo universal, indagar en la profundidad de tantos autores que han plasmado obras inmensas, las vivencias, anticipadas catástrofes, transmitidas por gérmenes para los cuales los seres humanos no tenían, inmunidad, comportamientos, egoísmos, grandezas y mártires, resignación y enojo, realismo y ficción, como transformaba la vida de una sociedad que siempre siguió, y cambió, para mejor, transformando condiciones de vida, pero que hoy, en este tiempo nos olvidamos embriagados de positivismo y de posesiones materiales, mansiones, autos, barcos, helicópteros y aviones, sin derrame y sin redistribución, el virus abre la herida de la desigualdad.