Efectos económicos de la Pandemia

Este artículo que posteo cuyo autor es Jesús Huerta de Soto, es economista, catedrático de economía política y abogado, autor de varios libros importantes, llegué a él en 2010 por un libro que quisiera resumir también en este blog en otro momento que es The Theory of Dynamic Efficiency donde aprendí el criterio de eficiencia dinámica en la economía que esta unido al concepto de función empresarial, como la principal impulsora de la creatividad y de la coordinación que surgen espontáneamente en el mercado, la función empresarial es la capacidad típicamente humana para darse cuenta de las oportunidades de ganancia que surgen en el entorno actuando en consecuencia para aprovecharse de ellas. En este momento selecciono este artículo impresionante por lo claro y conceptual, sobre los errores económicos cometidos en la pandemia y porque, que me parece fundamental para no repetir errores, es un excelente recorrido los dejos entonces con los efectos económicos de la pandemia: un análisis austriaco. ;además es el mentor de Javier Milei y su relación con la escuela Austríaca de la economía, https://www.youtube.com/watch?v=3q1VDd9grVI

LOS EFECTOS ECONÓMICOS DE LA PANDEMIA: UN ANÁLISIS AUSTRIACO

INTRODUCCIÓN: CICLOS RECURRENTES DE AUGE Y RECESIÓN VERSUS CRISIS PUNTUALES DEBIDAS A FENÓMENOS EXTRAORDINARIOS
Tradicionalmente, los teóricos de la Escuela Austriaca han venido prestando una especial atención a los ciclos recurrentes de auge y recesión que afectan a nuestras economías, así como al estudio de la relación que existe entre los mismos y las modificaciones en la estructura de etapas de bienes de capital que los caracterizan. La
teoría austriaca de los ciclos económicos es, sin duda, una de las
cimas más elaboradas de las contribuciones analíticas de la Escuela.
Esta ha sido capaz de explicar como los procesos de expansión crediticia, que impulsan y orquestan los bancos centrales, y ejecuta el sector de bancos privados que actúa con un coeficiente de reserva fraccionaria creando de la nada dinero en forma de depósitos que inyecta en el sistema mediante préstamos a las empresas y agentes
económicos, sin que previamente se haya producido un incremento real del ahorro voluntario, inducen errores sistemáticos de
inversión generando una estructura productiva insostenible. Esta
se fuerza artificialmente hacia múltiples proyectos demasiados
intensivos en capital, que solo podrían madurar en un futuro más
alejado, pero que lamentablemente no podrán culminarse pues los
agentes económicos no están dispuestos a respaldarlos sacrificando su consumo inmediato (es decir, ahorrando) en la medida
requerida. Por eso ineludiblemente surgen unos procesos de reversión que ponen de manifiesto los errores de inversión cometidos y
la necesidad de reconocerlos, abandonar los proyectos insostenibles y reestructurar la economía trasladando masivamente los factores de producción (bienes de capital y mano de obra) desde allí en donde se les empleó por error hacia nuevos proyectos menos ambiciosos pero verdaderamente rentables. La recurrencia del
fenómeno cíclico se explica tanto por el carácter esencialmente
inestable de la banca con reserva fraccionaria como principal proveedor de dinero en forma de expansión crediticia, como por el generalizado sesgo inflacionista de teóricos, responsables políticos, agentes económicos y sociales y, sobre todo, bancos centrales,
que consideran que la prosperidad económica es un objetivo que
debe perseguirse a corto plazo y a toda costa, y que la inyección
Los efectos económicos de la Pandemia: un análisis austriaco 15
monetaria y crediticia es un instrumento del que en ningún caso
puede prescindirse. Por eso, una vez iniciada y consolidada la
recuperación, tarde o temprano de nuevo se cae en las antiguas
tentaciones, se racionalizan las políticas que una y otra vez han
fracasado y se reinicia todo el proceso de expansión, crisis y recesión, y así sucesivamente.
Aunque los economistas austriacos han propuesto las reformas
que sería preciso acometer para acabar con los ciclos recurrentes
(básicamente la eliminación de los bancos centrales, la reprivatización del dinero —patrón oro— y el sometimiento de la banca privada a los principios generales del derecho de propiedad privada
—es decir, coeficiente de caja del 100 por cien para los depósitos a
la vista y equivalentes—) siempre han hecho la salvedad de que
estas reformas no podrían evitar el surgimiento de crisis económicas de tipo puntual y no recurrente siempre que, como consecuencia, por ejemplo, de guerras, graves trastornos políticos y sociales,
cataclismos naturales o pandemias, se produjera un gran incremento de la incertidumbre con cambios súbitos en la demanda de
dinero y, eventualmente, en la tasa social de preferencia temporal
que indujeran, incluso, modificaciones permanentes en la estructura productiva de etapas de bienes de capital.
Pues bien, en el presente trabajo vamos a analizar hasta que
punto una pandemia como la actual que, por otra parte, se ha repetido en numerosas ocasiones a lo largo de la historia de la humanidad, puede desencadenar estos y otros efectos económicos y hasta
que punto la intervención coactiva de los estados puede paliar los
efectos negativos de las mismas o si, por el contrario, puede llegar
a ser contraproducente, agravándolos y haciéndolos aún peores y
más duraderos. El enfoque de nuestro análisis se centrará en estudiar, en su primera parte el posible impacto de la Pandemia sobre
la estructura económica. A continuación y en segundo lugar, partiremos del funcionamiento del orden espontáneo del mercado
impulsado por la eficiencia dinámica de una empresarialidad libre
y creativa dedicada, de manera descentralizada, a detectar los
desafíos y problemas generados por una pandemia. Por contraste
y oposición, analizaremos el problema de la imposibilidad del cálculo económico y de la asignación eficiente de los recursos si las
decisiones se pretenden tomar e imponer desde arriba a nivel
político, es decir, de manera centralizada y utilizando el poder
coactivo y sistemático del estado. En la tercera y última parte de
este trabajo, estudiaremos el caso particular de la intervención
masiva en los mercados monetarios y financieros por parte de los
gobiernos y, sobre todo, bancos centrales, para hacer frente a la
Pandemia intentando paliar sus efectos, con especial atención a las
simultáneas políticas gubernamentales de corte fiscal e incremento
del gasto público que, so pretexto del parón económico, se presentan como la panacea y remedio universal para los males que nos
aquejan.

Efectos de las pandemias sobre la estructura productiva real:
mercado de trabajo, proceso de etapas de bienes de capital e
impacto de la incertidumbre


1.1. Mercado de Trabajo
El surgimiento de una nueva enfermedad altamente contagiosa
que se extiende por todo el mundo con una elevada mortalidad
constituye sin duda alguna un escenario catastrófico capaz de provocar a corto, medio e incluso a largo plazo toda una serie de
importantes consecuencias económicas. Entre ellas destaca, en primer lugar, el coste en términos de vidas humanas, muchas de ellas
aun plenamente creativas y en proceso de producción. Recordemos por ejemplo que la denominada “Gripe española” se estima
que provocó en todo el mundo entre 40 y 50 millones de víctimas a
partir de 1918
(es decir, más de tres veces de los fallecidos, entre
combatientes y civiles, durante la Primera Guerra Mundial);
habiéndose cebado dicha pandemia de gripe mayoritariamente
sobre hombres y mujeres relativamente jóvenes y robustos, es
decir, en plena edad productiva1.

En contraste, la actual Pandemia de Covid-19 generada por el virus SARS-CoV-2, aun produciendo síntomas relativamente leves en el 85 por ciento de los contagiados, es grave para el quince por ciento restante, requiriendo incluso hospitalización para un tercio de ellos y causando la muerte a cerca de uno de cada cinco hospitalizados graves, la inmensa mayoría de ellos personas mayores ya jubiladas o con patologías previas importantes. Por tanto, la actual pandemia no está teniendo efectos apreciables sobre la oferta de mano de obra y talento humano en el mercado de trabajo, pues el incremento de fallecimientos de personas en edad de trabajar es relativamente reducido. Como ya hemos mencionado esta situación contrasta en gran medida con la que se generó en la “Gripe española”, tras la cual puede estimarse que se contrajo la oferta de trabajo, a nivel agregado de todo el mundo, aproximadamente en más de un 2 por ciento, teniendo en cuenta tanto los fallecidos por la enfermedad como los que perdieron su vida durante la Primera Guerra Mundial (40 ó 50 millones de bajas por la enfermedad y más de 15 millones por el conflicto bélico). Esta relativa escasez de mano de obra no dejó de presionar al alza los salarios reales durante los “felices años veinte” del siglo pasado, en los que se consumó la reestructuración de la economía mundial que pasó de una economía de guerra a una de paz, a la vez que todo el proceso se vio acompañado por una gran expansión crediticia, cuyo análisis detallado no podemos elaborar aquí pero que en todo caso puso las bases de la “Gran Depresión” que surgió a partir de la grave crisis financiera de 1929

A lo largo de la historia, diversas pandemias han tenido un
impacto incluso mucho mayor sobre el mercado de trabajo. Así,
por ejemplo, destaca la gran peste que asoló Europa a partir de
1348 y que se estima redujo al menos en un tercio el volumen total
de población. Tras la pandemia se produjo, por tanto, un importante crecimiento de los salarios reales que se consolidó en las
décadas subsiguientes, fruto de la gran escasez sobrevenida de
mano de obra. A estos efectos, resulta exasperante constatar como
los economistas de corte monetarista y, sobre todo, Keynesiano,
siguen refiriéndose machaconamente a los supuestos efectos económicos “beneficiosos” de guerras y pandemias (se supone que
para todos menos para los millones de fallecidos y empobrecidos
en las mismas)
. Se argumenta que estas tragedias permiten que las
economías salgan de su atonía e inicien la senda de una boyante
“prosperidad”, a la vez que justifican así sus políticas económicas
de intenso intervencionismo monetario y fiscal.

Mises, con su habitual perspicacia, califica de puro “destruccionismo económico”, a
estas teorías y políticas económicas que solo justifican y buscan
incrementar la oferta monetaria per cápita y, sobre todo, el gasto de
las administraciones públicas3.
1.2. Estructura productiva y bienes de capital
A parte de estos efectos sobre la población y el mercado laboral,
debemos también considerar, en segundo lugar, el impacto de una
pandemia sobre la tasa social de preferencia temporal y, por ende, sobre el tipo de interés y la estructura productiva de etapas de bienes de capital. En este sentido, quizás el escenario más catastrófico
que quepa concebir sea el descrito por Boccaccio en su introducción al Decamerón en relación con la peste bubónica que azotó a
Europa en el siglo XIV. Y es que, si con carácter general se extiende
la convicción de que existe una alta probabilidad de contagiarse y
fallecer a corto o medio plazo, es muy comprensible que las valoraciones subjetivas se orienten hacia el presente y el consumo inmediato. “Comamos y bebamos que mañana vamos a morir”, o bien “arrepintámonos, hagamos penitencia y recemos poniendo nuestra vida espiritual en orden” son dos posturas antagónicas frente a la pandemia perfectamente comprensibles pero que tienen el
mismo efecto económico: ¿Qué sentido tiene ahorrar y emprender
proyectos de inversión que solo podrían madurar en un futuro
lejano en el que ni nosotros ni nuestros hijos estaremos y de cuyos
frutos no podremos aprovecharnos?

El resultado obvio que, por
ejemplo, pudo observarse en la Florencia del siglo XIV asolada por
la peste bubónica fue el abandono masivo de granjas, ganados,
campos y talleres y, en general, el descuido y consumo sin reposición de los bienes de capital4. Este fenómeno puede ilustrarse gráficamente de manera simplificada tal y como explico en el apartado dedicado a las “economías en regresión” de mi libro Dinero, crédito bancario y ciclos económicos5, utilizando los conocidos triángulos
hayekianos que representan la estructura productiva de una sociedad (y cuyo significado y explicación detallada pueden estudiarse
en las pp. 233 y ss del mismo libro)

Como se ve en el gráfico 1, en este caso se produce un súbito e
intenso aumento de la tasa social de preferencia temporal que
incrementa el consumo monetario inmediato (figura b) en detrimento de la inversión. En concreto, múltiples etapas del proceso de
producción, representadas por el área sombreada en la figura (c),
son abandonadas y una parte muy importante de la población deja
de trabajar (por fallecimiento o voluntariamente) y los que sobreviven se dedican con ahínco a consumir bienes de consumo (cuyos
precios en unidades monetarias se disparan ante la contracción de
su oferta y la generalizada disminución en la demanda de dinero).
Las transacciones en el mercado de tiempo y fondos prestables
prácticamente se interrumpen y los tipos de interés en las pocas
que se llevan a cabo “se ponen por las nubes”.
En contraste con el escenario anterior, no existen indicios de
que en la actual Pandemia de Covid-19 se haya producido una
modificación significativa en la tasa social de preferencia temporal (aparte del efecto de incremento temporal de la incertidumbre
que estudiaremos más adelante). Por un lado, las circunstancias
actuales ni por asomo se asemejan a las de una pandemia tan
grave como la descrita por Boccaccio en el Decamerón. Como
hemos indicado, la mortalidad previsible de la población en edad
de trabajar es prácticamente irrelevante y las expectativas respecto a la feliz culminación de los procesos de inversión de maduración temporal más alejada permanecen inalteradas (por
ejemplo, se sigue invirtiendo en el diseño, innovación y producción de los coches eléctricos del futuro, y en múltiples otros

proyectos de inversión a largo plazo). Y si no se ha producido una
mutación significativa en la tasa social de preferencia temporal
tampoco la estructura de etapas de producción de bienes de capital descrita simplificadamente en el gráfico hayekiano se ha visto
alterada, salvo por tres efectos, uno a muy corto plazo, otro de
plazo medio de duración (de 1 a 3 años) y el tercero de duración
más prolongada e incluso indefinida.

  1. El primer caso es el del efecto inmediato y temporalmente
    reducido (de unos pocos meses) que sobre la estructura productiva
    real han tenido los confinamientos coactivos impuestos por los
    gobiernos. Puede suponerse que el “parón” económico decretado
    durante unos meses ha afectado en términos relativos sobre todo
    al esfuerzo productivo más alejado del consumo final: al fin y al
    cabo la población, incluso la confinada que no ha podido trabajar,
    ha tenido que seguir demandando y consumiendo bienes y servicios de consumo (aunque sea a través del comercio electrónico
    —Amazón, etc.— pues muchas tiendas y distribuidores finales se
    vieron obligados a cerrar al no ser considerados “actividades esenciales”). Si ello es así, suponiendo igualmente que la demanda
    monetaria final dirigida al consumo no se ha visto significativamente alterada, bien sea porque las economías domésticas, en paro
    forzoso impuesto por las autoridades, han echado mano de sus
    reservas financieras o han sustituido su merma de ingresos con
    fondos procedentes de subsidios temporales por desempleo
    (ERTES, ERES, etc.), la estructura productiva en términos monetarios habrá oscilado a lo largo de un corto intervalo de tiempo, de
    forma pendular, tal y como se indica a continuación (gráfico 2):

En todo caso, terminada la “desconexión” forzosa del proceso productivo y vueltos a su empleo los factores de producción, el proceso productivo puede reiniciarse allí donde quedó parado
pues no se han puesto de manifiesto errores sistemáticos generadores de malas inversiones que sea preciso reconvertir6. A diferencia de lo que ocurrió en la Gran Recesión de 2008, la estructura
productiva no se ha visto irreversiblemente dañada, por lo que no
es preciso un prolongado y doloroso proceso de reconversión y
reasignación masiva de mano de obra y de factores de producción:
simplemente se requiere que empresarios, trabajadores y autónomos vuelvan al trabajo, retomando las tareas allí donde se interrumpieron y utilizando el equipo capital que quedó intacto
entonces (hace pocos meses) y ahora está igualmente disponible.
En relación con este primer efecto a muy corto plazo, debe aclararse que el mismo también tiene lugar, si bien de forma mucho
más suave, menos traumática y, por tanto, dando lugar a una oscilación mucho menor del movimiento pendular indicado en el gráfico, si los confinamientos hubieran tenido lugar de una manera
voluntaria y selectiva y hubieran sido decididos a nivel “micro”
por las familias, empresas, urbanizaciones, barrios, etc., en el contexto de una sociedad libre en la que, o bien no existan gobiernos
monopolistas (autogobierno propio del anarcocapitalismo) o bien
estos no sean centralistas ni impongan medidas generalizadas y
coactivas de confinamiento indiscriminado.

Existen, sin embargo, diferentes sectores, fundamentalmente
relacionados con la etapa de consumo final, que ven drásticamente
mermada su demanda más allá del fin del confinamiento y durante el
periodo de tiempo, que puede llegar a ser de muchos meses7
, que sea
preciso para superar la pandemia y recuperar la normalidad plena de
movimientos previa a su estallido. Básicamente sectores como los de
turismo, trasporte, hostelería y espectáculos, que son relativamente
muy importantes en determinadas economías como la española, donde el turismo representa casi el 15 por ciento de nuestro PIB, requieren un cambio más profundo que el meramente pendular descrito en el punto anterior y que impacta en la estructura productiva durante un periodo de tiempo más prolongado (en torno a los dos años). Obviamente, a igualdad de circunstancias, si las economías domésticas consumen menos en trasporte aéreo, hoteles, restaurantes o teatros, consumirán más en otros bienes y servicios de consumo alternativo o sustitutivos, o dedicarán más renta a la inversión o incrementarán sus saldos de tesorería. Dejando de lado el posible aumento en la demanda de dinero, que discutiremos luego al hablar de la incertidumbre, es claro que la estructura productiva tendrá que adaptarse temporalmente a las nuevas circunstancias sacando el mejor partido posible de los recursos que sigan activos en los sectores afectados (al menos parcialmente) y, sobre todo, de los que queden forzosa y temporalmente desempleados y que tendrán que reasignarse a las líneas de producción alternativas en las que puedan encontrar un empleo provechoso (temporal o definitivo). Así, por ejemplo, determinados restaurantes permanecerán abiertos contra viento y marea, reconvirtiendo su oferta (por ejemplo, haciendo comidas para ser entregadas a domicilio), reduciendo al máximo sus gastos (despidiendo personal o reconvirtiéndolo directa o indirectamente, por ejemplo en repartidores a domicilio, etc.) y ajustando sus obligaciones con proveedores con la finalidad de reducir al mínimo las pérdidas y el consumo de capital. De esta forma evitan tener que tirar por la borda los años invertidos en ganar reputación y acumular un equipo de capital de gran valor y difícilmente reconvertible, a la espera de que cuando cambien las circunstancias se encuentren mejor posicionados que sus competidores y con importantes ventajas competitivas cara a hacer frente a la previsible y renovada recuperación del sector. Otros empresarios optarán, por el contrario, por retirarse “a hibernar” cerrando temporalmente sus negocios, pero dejando las correspondientes infraestructuras y contactos laborales preparados para reabrir tan rápidamente como les sea posible en cuanto las circunstancias lo permitan. Un tercer grupo, generalmente constituido por aquellos proyectos empresariales marginalmente menos rentables incluso en las circunstancias prepandémicas, se verá obligado a cerrar definitivamente sus negocios y a liquidar sus respectivos proyectos empresaria

Todos estos movimientos y decisiones empresariales pueden y
deben tomarse con relativa celeridad y minorando al máximo los
costes, lo cual solo será posible en una economía dinámicamente
eficiente, que impulse el libre ejercicio de la función empresarial y
no la obstaculice con regulaciones perjudiciales, especialmente en
el mercado laboral, e impuestos desincentivadores. Y es que obviamente, no serán ni el gobierno ni sus funcionarios, sino tan solo un
ejército de empresarios, que a pesar de todas las adversidades,
deseen seguir adelante confiando imperturbables en un futuro
mejor y que mantengan con temple la confianza en que tarde o
temprano este habrá de llegar, los que serán capaces de tomar las
decisiones más adecuadas en cada momento y en sus circunstancias particulares de tiempo y lugar.
En términos de nuestro triángulo simplificado de estructura
productiva lo más que puede representarse (ver gráfico 3), bajo el
supuesto de que no se produce una mutación significativa en la
tasa social de preferencia temporal, es un vaivén horizontal de la
hipotenusa del correspondiente triángulo, primero hacia la
izquierda, al recoger el impacto agregado de menor demanda en
los sectores afectados (y en sus respectivos proveedores) y luego de
nuevo hacia la derecha, conforme esa demanda sea sustituida por
otra alternativa durante el periodo de meses en que se tarde en volver a una plena normalidad, y en la medida en que se recupere de
nuevo gran parte de la demanda monetaria perdida por los mencionados sectores

Obviamente, el gráfico no permite recoger las innumerables
decisiones empresariales y movimientos reales de inversión que
implica la rápida y flexible oscilación horizontal representada por
las flechas de doble sentido. Pero si permite visualizar el grave
riesgo que supone el emprender políticas tendentes a rigidizar la
estructura productiva, manteniendo, por un lado, empresas “zombies” que deberían liquidarse cuanto antes, a la vez que se dificulta
por vía regulatoria e impositiva, el efecto “rebote” hacia la derecha
de la hipotenusa de nuestro triángulo. Y es que la intervención fiscal y regulatoria puede fijar indefinidamente la estructura productiva real en la posición BB impidiendo su rebote hacia la posición
AA.
Ni que decir tiene que todos estos procesos de ajuste rápido y
recuperación requieren un mercado laboral muy ágil y flexible en
el que se pueda despedir y volver a contratar con gran rapidez y
mínimo coste. Hay que recordar que, a diferencia de lo que sucedió en la Gran Recesión de 2008 (y en general tras todas las crisis
financieras que siguen a procesos prolongados de expansión crediticia), en el caso de la actual Pandemia no se parte de una mala
inversión generalizada de los recursos productivos (por ejemplo,
en el sector de la construcción como sucedió en 2008) que podría
justificar un importante volumen estructural de desempleo a largo
plazo, sino que ahora es posible reasignar de forma sostenible,
rápida y permanente la mano de obra y los factores de producción,
para lo cual es imprescindible que los correspondientes mercados
laborales y de factores de producción sean lo más libre y ágiles
posibles.

Queda por analizar la posibilidad de que se produzcan y consoliden como definitivos determinados cambios en los hábitos de
consumo de la población que requieran modificaciones permanentes en la estructura productiva de etapas de inversión en bienes de
capital de la sociedad. A estos efectos hay que indicar que en toda
economía de mercado no intervenida la estructura productiva
siempre se está adaptando de forma paulatina y no traumática a
los cambios en los gustos y necesidades de los consumidores. Y
aunque hay que reconocer que la Pandemia puede provocar una
aceleración en el descubrimiento y adopción definitiva de ciertos
hábitos nuevos de conducta por parte de una mayoría de los consumidores (por ejemplo, en relación con la extensión generalizada del comercio electrónico, la mayor utilización de determinados medios de pago, o la generalización de videoconferencias en el
mundo de los negocios y la enseñanza, etc.), en la práctica quizás
se esté exagerando su impacto, sobre todo si se comparan estos
supuestos cambios radicales, con los derivados desde comienzos
del siglo XXI tanto de la aun mayor globalización mundial del
comercio y de los intercambios, como de la revolución tecnológica
que la ha acompañado y hecho posible. Todo ello ha permitido que
salieran de la pobreza centenares de millones de seres humanos y
la incorporación a los flujos de producción de miles de millones de
personas (sobre todo de Asia y África) que hasta ahora permanecían al margen de los circuitos productivos y comerciales propios
de una economía de mercado. Se han desencadenado así las fuerzas productivas del capitalismo como nunca antes se había conocido en la historia de la humanidad y, a pesar del peso de la
intervención y la regulación estatal que continuamente dificulta y
lastra las alas del progreso, la humanidad ha logrado el gran éxito
social y económico de alcanzar y mantener un volumen de población de 8 mil millones de seres humanos con un nivel de vida que
hasta hace no muchas décadas ni siquiera podía concebirse8. Con
esta perspectiva el impacto de la actual Pandemia a largo plazo
debe ser justamente minimizado en un contexto de cambios mucho
más grandes y profundos a los que continuamente se adaptan sin
mayores dificultades las economías de mercado, debiendo volver,
por tanto, nuestro análisis al estudio de los efectos a corto y medio
plazo de la actual Pandemia que por su mayor cercanía pueden
considerarse ahora más relevantes.
1.3. Incertidumbre y demanda de dinero
Vamos a terminar esta primera parte de nuestro trabajo refiriéndonos al impacto de la incertidumbre generada por la Pandemia,
sobre todo porque, como veremos en su última parte, ha hecho posible impulsar aún más unas políticas de intervención fiscal y,
sobre todo, monetaria tan ultralaxas, que no tienen precedentes en
la historia, y que suponen una gran amenaza y muy posiblemente
no dejarán de tener graves consecuencias cuando se supere la
actual Pandemia.
En principio, el impacto de una pandemia sobre la incertidumbre y, por ende, la demanda de dinero puede oscilar entre dos
extremos antagónicos. Por un lado se encuentra el caso de una
pandemia tan grave que, como ya vimos que ocurrió con la peste
bubónica en la Florencia de mediados del siglo XIV y que tan bien
describe Boccaccio en el Decamerón, más que incertidumbre, dicha
Pandemia produjo para una parte muy importante de la población
la certidumbre de que tenía sus días contados y que, por tanto, su
esperanza de vida se había reducido drásticamente. En estas circunstancias se entiende que la demanda de dinero se desplome y
este pierda gran parte de su poder adquisitivo en un contexto en el
que nadie desea desprenderse de bienes y prestar servicios cuya
producción en gran parte se ha desplomado y que la mayoría desea
consumir cuanto antes.
Más interés analítico tiene ahora a nuestros efectos el caso de
pandemias como la actual, mucho menos graves y en las que, aunque no está en peligro la supervivencia de la mayor parte de la
población, sí que se produce una escalada de incertidumbre, sobre
todo durante los primeros meses, respecto de la extensión, evolución y rapidez de los contagios y de sus efectos económicos y sociales. Dado que los saldos de tesorería son el medio por antonomasia
para hacer frente a la incertidumbre inerradicable del futuro, pues
permiten que actores económicos y economías domésticas mantengan todas sus opciones abiertas pudiendo así adaptarse con
gran rapidez y facilidad a cualquier circunstancia futura una vez
que la misma se concrete, puede entenderse que el normal aumento
de incertidumbre derivado de la actual Pandemia haya venido
acompañado de un concomitante incremento de la demanda de
dinero y, por tanto, a igualdad de circunstancias, de su poder
adquisitivo. Este efecto puede visualizarse (gráfico 4) con nuestros
esquemas triangulares de estructuras productivas en términos de
demanda monetaria, como un movimiento uniforme a la izquierda
de la correspondiente hipotenusa, en caso de que no se modifique la tasa de preferencia temporal (gráfico “a”), o con movimientos a
la izquierda con mayor inversión relativa (si los saldos de tesorería
se acumulan disminuyendo el consumo, gráfico “b”), o con más
consumo relativo (si el nuevo dinero se acumula vendiendo bienes
de capital y activos financieros, pero no reduciendo el consumo,
gráfico “c”)

Aunque cualquiera de estos tres resultados es teóricamente posible, lo más probable es que en las actuales circunstancias se haya
producido una combinación de los mismos, y especialmente de las
situaciones descritas en (a) y (b). Por tanto, estos se habrán solapado
sobre los que ya analizamos y recogimos en nuestros gráficos en los
apartados anteriores y en los que, para hacer más fácil su comprensión y análisis separado, no tuvimos en cuenta para nada los efectos
derivados del posible aumento de la demanda de dinero que, ahora
sí, hemos dado entrada en nuestro análisis. Tres consideraciones de
importancia deben hacerse sobre el aumento de la incertidumbre y
la demanda de dinero derivados de la Pandemia.
En primer lugar, el incremento de incertidumbre (y concomitante aumento en la demanda monetaria) es temporal y de duración relativamente reducida, pues tenderá a revertirse tan pronto
como surjan las expectativas de mejora en cuanto empiece a vislumbrarse “el final del túnel”. Por tanto, y sin necesidad de esperar

a que se complete el periodo de superación de la Pandemia (de
entorno a los dos años) se producirá paulatinamente una vuelta a
los niveles “normales” de incertidumbre, y con ella los movimientos descritos en los gráficos “a”, “b” y “c” se revertirán en sentido
contrario haciendo que la estructura productiva en términos monetarios vuelva a su situación previa.
En segundo lugar, en la medida en que los nuevos saldos monetarios se acumulen disminuyendo la demanda de bienes de consumo (gráficos “a” y “b”) —y en todo caso ello es cierto que ocurra
en relación con los sectores más afectados por las restricciones de
movilidad (turismo, hotelería, etc.)— esta menor demanda monetaria de bienes de consumo tenderá a dejar un significativo volumen
de los mismos sin vender que permitirá hacer frente, tanto a la ralentización de su producción derivada de los inevitables cuellos de
botella y del confinamiento en mayor o menor medida de sus productores, como a la demanda derivada de la necesidad que tienen de
seguir consumiendo todos aquellos que total o parcialmente han
dejado de trabajar durante los primeros meses de impacto de la pandemia. Por tanto, el aumento de la demanda de dinero cumple una
importante función de acomodamiento ante el shock de oferta que
produce el confinamiento forzoso sobre la producción de los bienes
de consumo, evitándose así que sus precios relativos se disparen en
gran perjuicio de las más amplias capas de la población.
En tercero, y por último lugar, hay que señalar que la incertidumbre puede incrementarse aún más, e incluso prolongarse más
allá de lo estrictamente necesario y que hubiese generado por si
sola la Pandemia, como resultado del intervencionismo monetario,
fiscal e impositivo de gobiernos y bancos centrales, que sin duda
alguna y como veremos con más detalle en el tercer apartado, pueden generar un clima añadido de desconfianza empresarial que
lastre la rápida recuperación del mercado y ponga plomo en las
alas del proceso empresarial de vuelta a la normalidad. Se podría
así incluso reproducir el proceso perverso de feedback o retroalimentación que he estudiado con detalle en mi artículo sobre “La Japonización de la Unión Europea”9 y en el que la inyección masiva

de oferta monetaria y reducción a cero de los tipos de interés por
parte de los bancos centrales no produce efectos apreciables sobre
la economía, y se autofrusta al quedar esterilizada por el simultáneo incremento de demanda monetaria derivado del nulo coste de
oportunidad de mantenerse en liquidez y, sobre todo, del incremento adicional de incertidumbre que generan las propias políticas de mayor regulación económica, bloqueo de las reformas
estructurales pendientes, subida de impuestos, intervencionismo y
descontrol fiscal y monetario.

  1. Pandemias: burocracia y coacción gubernamental
    sistemáticas versus coordinación social espontánea
    2.1. El Teorema de la imposibilidad del socialismo y su aplicación a la
    crisis actual

    La reacción de los diferentes gobiernos y autoridades públicas del
    mundo (y en especial de nuestro propio país, España) ante el surgimiento y evolución de la Pandemia de Covid-19, las medidas de
    intervención que han tomado de forma sucesiva, y el seguimiento
    de los efectos de las mismas, constituyen una oportunidad única
    para todo teórico de la economía que desee constatar, comprobar y
    aplicar en un caso histórico que nos es muy cercano y relevante, el
    contenido esencial y las principales implicaciones del “Teorema de
    la imposibilidad del socialismo” articulado por primera vez por
    Ludwig von Mises hace ya cien años10. Es cierto que el desmoronamiento de la extinta Unión Soviética y del socialismo real así como
    la crisis del Estado del Bienestar ya habían ilustrado suficientemente el triunfo del análisis de los economistas de la Escuela Austriaca en el histórico debate sobre la imposibilidad del socialismo.
    Pero la trágica irrupción de la Pandemia de Covid-19 nos ha ofrecido un ejemplo real más, en este caso ahora mucho más concreto
    y próximo a nosotros, que de forma excelente ilustra y confirma lo ya indicado por la teoría, a saber: que es teóricamente imposible que un planificador central pueda dar un contenido coordinador a sus mandatos, no importa lo necesarios que parezcan, lo noble que sea el objetivo que se persiga ni la buena fe y esfuerzo que se hayan puesto en la consecución de los mismos11. Dado el impacto mundial de la actual Pandemia, que ha afectado a todos los países con independencia de su tradición, cultura, nivel económico y sistema político, se evidencia la plena aplicabilidad del teorema descubierto por Mises a toda medida coactiva de intervención estatal, por lo que el mismo se generaliza como “Teorema de la imposibilidad del estatismo”. Es cierto que existen diferencias notables en cuanto a las medidas de intervención llevadas a cabo por los distintos gobiernos. Sin embargo, aunque la gestión de unos y otros gobiernos haya podido ser mejor o peor, en realidad las diferencias han sido más de grado que de clase, pues los gobiernos no pueden disociarse de la esencia coactiva que llevan en su ADN, y que es su más íntima característica, y cuando la ejercen, y precisamente en la medida en que la ejerzan, surgen y se reproducen ineludiblemente todos los efectos negativos previstos por la teoría. No se trata, por tanto, de que unos gobernantes sean más ineptos que otros (lo cual es, sin duda, el caso en España12), sino de que todos ellos están abocados al fracaso cuando se empeñan en coordinar la sociedad utilizando su poder y mandatos coactivos. Y este es quizás el mensaje más importante que la teoría económica debe transmitir a la población: que los problemas surgen inevitablemente del ejercicio del poder coactivo de los estados, con independencia de que el político de turno lo pueda hacer mejor o peor. Aunque este artículo trata con carácter general del análisis económico de las pandemias, nos vamos a centrar, casi

exclusivamente, en las implicaciones de la actual Pandemia cara al
“Teorema de la imposibilidad del estatismo-socialismo”. Esto es
así, no solo por la proximidad cronológica y personal de los hechos
para cualquier lector actual, sino además porque los modelos de
intervención llevados a cabo en otras pandemias nos pillan muy
alejados en la historia, y aunque también quepa identificar muchos
de los fenómenos de los que recientemente hemos sido testigos
(por ejemplo, la manipulación informativa de los estados aliados
durante la pandemia de gripe de 1918, precisamente mal llamada
“española” por este motivo), sin duda su valor añadido como ilustración del análisis teórico es hoy más reducido.
Como se explica con detalle en mi libro Socialismo, cálculo económico y función empresarial, y especialmente en su capítulo III que
debe darse aquí por reproducido13, la ciencia económica ha demostrado que es teóricamente imposible que el Estado pueda funcionar de una manera dinámicamente eficiente pues siempre se
encuentra en una situación de ignorancia inerradicable que le
imposibilita dar un contenido coordinador a sus mandatos. Y ello
debido básicamente a los siguientes cuatro motivos, que enumeramos a continuación de menos a más importantes:
En primer lugar, dado el inmenso volumen de información y
conocimientos que precisa, no de tipo técnico o científico, que también, sino, sobre todo, sobre infinidad de circunstancias personales y
particulares de tiempo y lugar (conocimiento “práctico”); en segundo
lugar, dado el carácter esencialmente subjetivo, tácito, práctico y no
articulable de dicha información o conocimiento, lo que determina
su carácter intransferible al órgano estatal de decisión y planificación
central; en tercer lugar, porque este conocimiento o información no
está dado ni es estático, sino que, por el contrario está continuamente
cambiando como consecuencia de la innata capacidad creativa del
ser humano y la continua mutación de las circunstancias que le
rodean, lo cual produce un doble efecto sobre las autoridades: siempre llegan tarde, pues para cuando digieren la escasa y sesgada información que reciben esta ya está obsoleta; y no pueden acertar con sus
mandatos cara al futuro, pues éste depende de una información

práctica que aún no ha surgido pues todavía no ha sido creada. Y,
como hemos visto, en cuarto, y último lugar, no olvidemos que el
Estado es coacción (esta es su más íntima característica) y, por tanto,
al imponerse sus mandatos por la fuerza en cualquier parcela social,
se obstaculiza e incluso bloquea la creación y surgimiento del conocimiento o información que precisamente el Estado necesita como
“agua de mayo” para dar un contenido coordinador a sus mandatos.
Se entiende ahora la gran paradoja del intervencionismo estatista14
pues invariablemente tiende a producir unos resultados contrarios a
los que se propone alcanzar. Así, con carácter típico y generalizado
surgen por doquier los desajustes y descoordinaciones, el actuar sistemáticamente irresponsable por parte de la autoridad (que ni
siquiera se da cuenta de lo ciega que está respecto de la información
que no posee y los verdaderos costes en que incurre con sus decisiones), la generación continua de escasez, desabastecimiento y mala
calidad de los recursos que trata de movilizar y controlar, la manipulación informativa para reforzarse políticamente y la corrupción de
los principios esenciales del Estado de Derecho. El surgimiento de
todos estos fenómenos se ha podido constatar de manera sucesiva,
concatenada e inevitable desde que apareció la Pandemia y el Estado
se movilizó para luchar contra ella y no resultan, repetimos, de una
mala praxis de los gestores públicos sino que son inherentes al sistema basado en el uso sistemático de la coacción para planificar y tratar de solucionar los problemas sociales.
Por vía de ejemplo, recomendamos al lector que lea con detalle
el trabajo de investigación elaborado por José Manuel Romero y
Oriol Güell con el título de “El libro blanco de la Pandemia”15, a la
luz del análisis teórico que estamos presentando sobre la imposibilidad del estatismo. Prácticamente ahí se ilustran, paso a paso,
todas las carencias e insuficiencias del estatismo, aunque los auto

res, periodistas de profesión, piensen ingenuamente que su descripción de los hechos habrá de servir para evitar que se cometan
en el futuro los mismos errores, sin que acierten a entender que
estos tuvieron su origen, más que en errores políticos o de gestión,
en la propia lógica del sistema de regulación, planificación y coacción estatal que siempre genera, por una u otra vía, los mismos
efectos de descoordinación, ineficiencia e injusticia. Así, y como
botón de muestra entre otros muchos ejemplos, podemos referir la
cronología de los hechos perfectamente descrita por los autores, y
las semanas preciosas que se perdieron cuando ya desde el trece
de febrero de 2020, los médicos del hospital público de Valencia
Arnau de Vilanova lucharon sin éxito por obtener autorización de
las autoridades sanitarias de la Comunidad (y del Estado) para que
se hicieran las pruebas de coronavirus a las muestras que habían
tomado de un paciente de 69 años que había fallecido con síntomas
que ellos sospechaban podían ser de Covid-19. Pero se estrellaron
con la dura realidad: los correspondientes órganos de planificación
central sanitaria (Ministerio de Sanidad en Madrid y Consejería de
Salud de la Comunidad Autónoma) denegaron reiteradamente la
autorización pues el paciente sospechoso (que muchas semanas
después sí que se demostró que había fallecido por Covid) no reunía las condiciones que previamente (el 24 de enero) habían sido
fijadas por la autoridad, a saber: haber viajado a Wuhan en los 14
días anteriores al inicio de los síntomas o haber estado en contacto
con personas diagnosticadas con la enfermedad. Obviamente, en
un sistema descentralizado de libertad de empresa y que no restringiera la iniciativa y creatividad de los actores implicados tal
error garrafal no se habría producido, con lo cual se habrían ganado
unas semanas claves de conocimiento de que el virus ya circulaba
libremente por España y de medidas de prevención y lucha contra
la pandemia (por ejemplo, se habrían podido cancelar, entre otras,
las manifestaciones feministas del 8 de marzo).

nas 118 y ss) la letanía de errores, descoordinaciones, corrupción,
manipulación de la información, conculcación de derechos y mentiras que de manera ineludible y natural surgieron de la actividad
de los diferentes niveles del Estado a la hora de enfrentarse a la
Pandemia. Así, por ejemplo, cómo “las órdenes de incautación del
material sanitario fueron interpretadas, como es lógico, por los
fabricantes españoles como un ataque a su economía empresarial,
dando lugar a una paralización de la producción y de las importaciones” (p. 109), justo en el momento en el que más urgente era proteger del contagio a los médicos y personal sanitario que se
enfrentaban cada día a su trabajo sin los necesarios medios de protección. O, de qué manera las requisas que se produjeron en las
aduanas por orden del Estado, hicieron que se perdieran pedidos
de millones de mascarillas, cuando los correspondientes proveedores prefirieron enviarlas a otros clientes por miedo a que el
Gobierno se incautara de la mercancía (ibídem). O el caso, uno
entre muchos otros, del fabricante gallego que tenía paralizado su
material en un almacén, por orden del Estado, sin que nadie se lo
reclamara (pp. 110-111). O el caso de las empresas españolas especializadas en la fabricación de PCR’s y cuyas existencias y producción fueron intervenidas por el Estado, por lo que no pudieron
fabricar más de 60.000 PCR diarias ni atender la demanda nacional
y extranjera (p. 119); y ello agravado por el cuello de botella derivado de la inexistencia de bastoncillos de extracción de muestras,
que se hubiera podido solucionar de inmediato de haber dejado
libertad a los productores españoles (p. 114). O el desabastecimiento generalizado que presidió el mercado de mascarillas, geles
desinfectantes y guantes de nitrilo como resultado de la regulación estatal y de la fijación de precios máximos, y todo ello durante
los meses de máxima propagación del virus (p. 116).17 O como, de

971 millones de unidades de diferentes productos (mascarillas,
guantes, batas, dispositivos de ventilación y diagnósticos, etc., etc.)
que se habían adquirido desde el mes de marzo, a septiembre de
2020 solo se había logrado distribuir 226 millones, permaneciendo
el resto almacenado “muerto de risa” en múltiples naves industriales (p. 118). Y así sucesivamente, en un rosario sin fin que más
parece la descripción de las ineficiencias sistemáticas de producción y distribución en la extinta Unión Soviética durante el siglo
pasado y que llevaron al desmoronamiento definitivo del régimen
comunista a partir de 1989.18 Y repetimos, todo esto se debió, no a
la falta de trabajo, gestión e incluso buena fe de nuestros gobernantes, sino a su carencia de los más elementales conocimientos de
economía (y ello a pesar de contar con profesores de filosofía e
incluso con “doctores” en nuestra disciplina a la cabeza del
Gobierno). Por lo que no debe extrañar que en un momento de
máxima urgencia y gravedad apostaran, como siempre hacen los
gobernantes, porque ese es precisamente su rol o papel en el entramado estatal, por la coacción, la regulación, la confiscación, etc., en
vez de por la libertad de empresa, de producción y distribución, y
de apoyar, en vez de obstaculizar, la iniciativa privada y el libre
ejercicio de la función empresarial

2.2. Otros efectos colaterales del estatismo previstos por la teoría
Aparte de los efectos básicos de desajuste, descoordinación, actuar
irresponsable y carencia de cálculo económico, el estatismo genera
toda una serie de efectos negativos adicionales que también pueden estudiarse en la parte final del capítulo III de mi libro sobre el
Socialismo.
19 Así, otra característica típica del estatismo y de las
autoridades que lo encarnan es su intento de aprovechar las crisis,
en este caso la creada por la Pandemia, no solo para mantener sino,
sobre todo, para incrementar aún más su poder, valiéndose de la
propaganda política para manipular e incluso engañar sistemáticamente a los ciudadanos con ese fin.20 Por ejemplo, y ya desde el
surgimiento de la Pandemia, las autoridades chinas, primero trataron de ocultar el problema, persiguiendo y hostigando a los médicos que lo habían denunciado, y después emprendieron una
descarada campaña de minoración de los fallecidos, ocultamiento
y falta de transparencia que ha durado, al menos hasta hoy, pues
en estos momentos (enero de 2021), es decir, más de un año después del surgimiento de la Pandemia, el Gobierno Chino todavía
no ha permitido el acceso a su país de la comisión internacional
organizada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para
investigar de forma independiente el verdadero origen de la Pandemia.
En el caso del Estado español han quedado documentadas en
los trabajos citados múltiples mentiras deliberada y sistemáticamente lanzadas en forma de propaganda política para manipular

y engañar a la ciudadanía, de manera que esta no pudiera apreciar
el verdadero coste de la gestión gubernamental. Entre ellas, por su
importancia, destacamos las siguientes: primero, el número real de
fallecidos (de acuerdo con Mikel Buesa solo se han reportado el
56,4 por ciento de un total hasta la fecha próximo a 90.000 —p. 76—);
segundo, el total de realmente contagiados (dependiendo del
momento de la Pandemia entre cinco y diez veces más de los casos
reportados); y tercero, los datos falsos, inflados en un 50 por ciento,
facilitados deliberadamente por el Gobierno al Financial Times a
finales de marzo 2020, sobre el número de pruebas PCR realizadas
(355.000 en vez de las 235.000 reales) y después utilizados públicamente por el propio Gobierno para jactarse de ser uno de los países
con más pruebas efectuadas (por ejemplo, p. 113 del libro de Buesa).
Hay que tener en cuenta que los Estados en general, y sus
gobiernos en particular, siempre se centran en conseguir sus objetivos de una manera extensiva y voluntarista21 al pretender que por
la mera voluntad coactiva plasmada en sus mandatos y reglamentos se logren los fines propuestos. Extensiva, en cuanto a que el
logro de los objetivos perseguidos solo se valora en base a los parámetros más fácilmente medibles, en este caso el número de fallecidos que, curiosamente, se han minorado en las estadísticas
oficiales, como hemos visto, en casi la mitad. Y en cuanto a la prostitución de la ley y la justicia, que también es típica consecuencia
colateral del socialismo22, Buesa documenta con detalle el abuso
de poder y el uso torticero y anticonstitucional del Estado de
Alarma, cuando lo que hubiera procedido era la declaración de un
verdadero Estado de Excepción, con todas las garantías de control
previstas en la Constitución, despreciándose así tanto el denominado “Estado de Derecho” como el contenido esencial de la misma
(Buesa, pp. 96-108 y 122).
Mención aparte merece la dependencia y complicidad respecto
del Estado de todo un corifeo de científicos, “expertos” e intelectuales, dependientes del poder político y que se dedica a dar un
supuesto respaldo científico a todas las decisiones emanadas del
mismo, utilizándose así la aureola de la ciencia para dejar

desarmada e indefensa a la sociedad civil. Y es que la “ingeniería
social” o socialismo cientista es una de las manifestaciones más
típicas y perversas del estatismo pues, por un lado pretende justificar que los expertos, por su supuesto mayor nivel de formación y
conocimientos, están legitimados para dirigir nuestras vidas y, por
otro, se pretende bloquear cualquier queja u oposición, trayendo
simplemente a colación el supuesto respaldo de la ciencia. En
suma, los gobiernos nos hacen creer que, en virtud del supuesto
mayor conocimiento y superioridad intelectual de sus asesores
científicos respecto del resto de los ciudadanos de a pie, está legitimado para moldear la sociedad a su antojo mediante mandatos
coactivos. En otro lugar23 me he referido a la letanía de errores en
que cae esta “borrachera de poder” alimentada por la fatal arrogancia de los “expertos” y técnicos, y que tiene su origen en el error
fundamental de pensar que la información práctica dispersa que
constantemente crean y transmiten los actores en el proceso social,
puede llegar a ser conocida, articulada, almacenada y analizada de
manera centralizada por medios científicos, lo cual es teórica y
prácticamente imposible24

2.3. Pandemias: sociedad libre y economía de mercado
No puede conocerse a priori como una sociedad libre, no atenazada por la coacción sistemática del intervencionismo estatal, se
enfrentaría ante una Pandemia de la gravedad de la actual y que,
sin duda alguna, no dejaría de tener también un profundo impacto
sobre la misma en términos económicos y sanitarios. Pero es claro
que la reacción del cuerpo social se basaría en la creatividad empresarial y en la solución, en términos de eficiencia dinámica, a la hora
de detectar y superar los problemas conforme fueran presentándose. Y precisamente es este ímpetu de la creatividad empresarial
el que nos impide conocer el detalle de las soluciones que se tomarían, pues la información empresarial que aún no ha sido creada
por impedirlo la coacción estatal monopolista, no puede saberse y
conocerse hoy, aunque a la vez nos da seguridad de que los problemas tenderían a ser detectados y resueltos de forma muy ágil y eficiente25. Es decir, como venimos analizando, justo al revés de lo
que sucede con el Estado y con la acción combinada de sus políticos y burócratas, no importa la buena fe y el trabajo que pongan en
sus esfuerzos. Y aunque no podemos siquiera imaginar la enorme
variedad, riqueza e ingenio que se movilizarían en pos de hacer
frente a los problemas derivados de una pandemia en una sociedad libre, disponemos de múltiples indicios que nos permiten
hacernos una idea siquiera aproximada del escenario
completamente diferente que surgiría en un entorno no coaccionado por el Estado26.
Así, por ejemplo, frente a los confinamientos absolutos y omnicomprensivos —y el concomitante parón forzoso de la economía—
(que tuvieron su origen, no debe olvidarse, nada más y nada menos

que en la China comunista), en una sociedad libre preponderarían
medidas mucho más descentralizadas y de tipo desagregado y
“micro”, como los confinamientos selectivos a nivel de urbanizaciones (privadas), barrios, comunidades, empresas, residencias,
etc. Frente a la censura durante las semanas clave de inicio de la
Pandemia (y persecución de aquellos que la destaparon), la información se filtraría libre y eficientemente con enorme velocidad.
Frente a la lentitud y torpeza a la hora de controlar, haciendo pruebas, a los posibles contagiados, ya desde un principio, los empresarios y propietarios de hospitales, residencias, aeropuertos,
estaciones, medios de transporte, etc., por su propio interés y el de
sus clientes, las introducirían de inmediato y con gran agilidad.
Salvo en momentos muy puntuales, en una sociedad y mercado
libres no surgirían problemas graves de desabastecimiento ni cuellos de botella. No se desaconsejaría el uso de mascarillas, cuando
medio mundo viene utilizándolas con buenos resultados, ni después se impondría su uso de forma alocada en todas las circunstancias. El ingenio empresarial se centraría en probar, descubrir e
innovar soluciones, de manera policéntrica y competitiva y no,
como ahora en que la planificación central y monopolista del
Estado bloquea y adormece la mayor parte del potencial creativo
de la humanidad27. Y no mencionemos la enorme ventaja y diferencia a la hora de investigar y descubrir remedios y vacunas que
tiene la iniciativa individual y la empresa privada, pues incluso en
las actuales circunstancias los Estados se han visto obligados a
recurrir a ellas para hacerse rápidamente con las mismas, ante el
clamoroso fracaso de sus rimbombantes y bien financiados institutos públicos de investigación a la hora de ofrecer a tiempo
soluciones efectivas28. Y lo mismo cabría decir respecto de la
mucha mayor agilidad y eficiencia de las redes privadas de sanidad

dad (compañías de seguros sanitarios, hospitales privados, instituciones religiosas, fundaciones de todo tipo, etc.), con la posibilidad
adicional de extenderse con mucha mayor elasticidad y rapidez en
épocas de crisis (ha de recordarse, por vía de ejemplo, que curiosamente, casi el 80 por ciento de los propios funcionarios del Estado
—incluyendo a la vicepresidenta del Gobierno Socialista— eligen
en libertad la sanidad privada frente a la pública, sin que injustamente se de esta opción al resto de sus conciudadanos españoles, a
pesar de lo cual, al menos una cuarta parte de los mismos han asumido el sacrificio que supone el coste adicional de contratarse una
póliza privada de salud). Y así sucesivamente, etc., etc.29.
2.4. Servilismo y obediencia ciudadana
Como conclusión de este apartado, quizás convendría plantearse
el porqué, a pesar de todas las insuficiencias, carencias y contradicciones inherentes a la gestión estatal puestas de manifiesto por
el análisis económico30, sin embargo la mayor parte de los ciudadanos

danos, seducidos por sus políticos y autoridades públicas, los
siguen obedeciendo con tanta resignación como disciplina. Ya
desde que apareció su Discurso de la servidumbre voluntaria en 1574,
Etienne de la Boétie31 identificó cuatro factores explicativos del
servilismo ciudadano respecto de gobernantes y autoridades, que
siguen teniendo aún hoy plena actualidad: la costumbre de obedecer a alguien que, aun de origen tribal y familiar, se extrapola a
nivel de toda la sociedad; la perenne auto presentación del poder
político con un marchamo “sagrado” (nombramiento divino en el
pasado, soberanía popular y apoyo democrático hoy) que legitimaría la supuesta obligación de obedecer; la constante creación de un
numeroso grupo de incondicionales (antes “guardias pretorianas”,
hoy expertos, funcionarios, etc.) que dependen del poder político
para subsistir y continuamente lo apoyan, jalean y sustentan; la
compra, en fin, del apoyo popular mediante la continua concesión
de subvenciones (antes rentas y premios, hoy, por ejemplo, prestaciones del interesadamente denominado “Estado del Bienestar”),
que hacen a los ciudadanos progresiva e irreversiblemente dependientes del poder político. Si a esto añadimos el miedo (que incita
el propio estado) y que genera la petición de que el gobernante
haga algo, especialmente en épocas de crisis graves (guerras, pandemias), se explica el crecimiento y consolidación del comportamiento servil por parte de los ciudadanos, y sobre todo en este tipo
de situaciones. Pero a poco que se profundice en términos teóricos
y filosóficos se pone de manifiesto la falta de legitimidad moral y
ética de la autoridad especial que se atribuye al Estado. Así lo ha
demostrado, entre muchos otros y por ejemplo, Michael Huemer
en su libro titulado El problema de la autoridad política.
32 Obviamente
no podemos aquí desarrollar este grave problema que es la base,
sin duda alguna, de la principal crisis social de nuestro tiempo (y,
en cierto sentido, de todos los tiempos). Pero en el contexto del análisis

lisis económico de las pandemias que estamos efectuando, lo que
sí podemos constatar es que existe un “virus” incluso aún más
letal que el de la actual Pandemia, y que no es otro que el estatismo
“que infecta el alma humana y nos ha contagiado a todos”.33

  1. La pandemia como pretexto para la profundización en el
    descontrol fiscal y monetario de gobiernos y bancos
    centrales

    3.1 La eficiencia dinámica como condición necesaria y suficiente para
    que la economía se recupere de una pandemia

    Toda economía que se vea afectada por una pandemia requiere una
    serie de condiciones que permitan, en un primer momento, su adaptación a las nuevas circunstancias con el mínimo coste posible, y
    una vez superada la pandemia, el inicio de una recuperación sana y
    sostenible. Ya hemos visto en la primera parte de este trabajo los
    posibles impactos estructurales que puede generar una pandemia a
    corto, medio y, eventualmente, a largo plazo y el papel que el natural
    incremento de incertidumbre que genera la pandemia tiene en un
    primer momento sobre el aumento de la demanda de dinero y su
    poder adquisitivo: en un entorno de confinamientos (sectoriales o
    generalizados) en el que temporalmente se paralice la actividad productiva es especialmente importante que se produzca una concomitante disminución de la demanda, para liberar bienes y servicios de
    consumo que permitan atender el mínimo que necesiten seguir consumiendo todos aquellos que se vean forzados a suspender su actividad productiva y laboral. Es decir, el aumento de los saldos de
    tesorería y la reducción de los precios nominales facilitan la adaptación de los consumidores y agentes económicos a las difíciles circunstancias, a la vez que hacen posible una rápida respuesta de todos ellos, una vez que se vea el final del túnel y la confianza empiece a recuperarse. Pero, en todo caso, es preciso que la economía sea “dinámicamente eficiente”34 para que sea capaz de descubrir las oportunidades que comiencen a surgir y haga posible su aprovechamiento y el comienzo del despegue de la recuperación. Las condiciones de la eficiencia dinámica vienen dadas por todo aquello que haga posible y facilite el libre ejercicio de la función empresarial, a la vez creativa y coordinadora, de todos los agentes económicos de manera que sean capaces de movilizar los recursos económicos disponibles hacia nuevos proyectos de inversión rentables y sostenibles y que se centren en la producción de los bienes y servicios que satisfagan las necesidades de los ciudadanos y que sean demandados autónomamente por estos a corto, medio y largo plazo. En un contexto de economías fuertemente intervenidas, como en el que nos encontramos, ello exige que se desenvuelva con toda agilidad el proceso de formación y fijación de los precios propios del sistema de libre empresa, para lo cual hay que liberalizar al máximo los mercados y, en especial, el mercado laboral y el del resto de los factores de producción, eliminando todas las regulaciones que rigidizan la economía. Adicionalmente es preciso que no se dilapiden por el sector público los recursos que necesitan las empresas y los agentes económicos, primero para hacer frente a los estragos de la pandemia y sobrevivir, y después para cuando las cosas mejoren echar mano de todos los ahorros y recursos ociosos disponibles para construir la recuperación. Es, por tanto, imprescindible proceder a una reducción generalizada de impuestos que deje el máximo de recursos en los bolsillos de los ciudadanos y, sobre todo, que libere al máximo de gravamen a los beneficios empresariales y a la acumulación de capital. Hay que recordar que los beneficios son la señal imprescindible que guía a los empresarios en su insustituible labor creativa y coordinadora a la hora de detectar, emprender y culminar proyectos de inversión rentables y sostenibles que generen empleo permanente. Y promover, y no castigar fiscalmente la acumulación del capital, es necesario si se quiere favorecer a las clases trabajadoras, y especialmente a las más vulnerables, pues el salario que cobran

viene determinado, en última instancia, por su productividad que
será tanto mayor cuanto más elevado sea el volumen per cápita de
capital, en forma de bienes de equipo cada vez más cuantiosos y
sofisticados puestos a su disposición por los empresarios. Y en
cuanto al mercado laboral deberán de evitarse todo tipo de regulaciones que reduzcan su oferta, movilidad y plena disponibilidad
para reincorporarse de forma rápida y ágil a los nuevos proyectos de
inversión. Por tanto, son especialmente perjudiciales la fijación de
salarios mínimos, la rigidización y sindicalización de las relaciones
laborales en el seno de la empresa, la obstaculización y sobre todo la
prohibición legal de efectuar despidos, y la creación de subsidios y
ayudas (en forma de expedientes de regulación de empleo temporal,
subsidios de desempleo, ingreso mínimo vital) que de forma combinada pueden desincentivar la búsqueda y el deseo de encontrar trabajo y colocarse, si es que se hace evidente que para muchos es más
interesante vivir de los subsidios, sin trabajar oficialmente, dedicando su esfuerzo a la economía sumergida35. Todas estas medidas
y reformas estructurales han de combinarse con la necesaria reforma
del Estado de Bienestar dirigida a devolver la responsabilidad de las
pensiones, sanidad, y educación a la sociedad civil, permitiendo que
aquellos que lo deseen subcontraten en el sector privado sus prestaciones con la correspondiente deducción fiscal (ya hemos indicado
en el apartado anterior como casi el 80 por ciento de los millones de
funcionarios españoles optan cada año en libertad por la sanidad
privada frente a la pública; por algo será…).
Es bastante clara, por tanto, la hoja de ruta de la política económica más adecuada para enfrentarse a una pandemia y, sobre todo,
recuperarse de la misma. Sus principios esenciales son ampliamente
conocidos unos, e incluso un “secreto a voces” otros, estos últimos
especialmente por parte de todos aquellos que caen en la trampa de
alimentar la demagogia populista creando expectativas falsas e
irrealizables entre una población tan atemorizada y desorientada
como la que comprensiblemente surge en épocas de pandemia36

3.2. Agotamiento de la política monetaria ultralaxa durante los años
previos a la Pandemia
Centrándonos ahora en la actual Pandemia de Covid-19, que venimos analizando como principal ilustración en este trabajo, cabe
destacar una peculiaridad muy importante que viene a condicionar y sesgar más negativamente de lo que sería necesario el futuro
de su evolución económica. En efecto, esta Pandemia surge y se
extiende por todo el mundo a partir de 2020 en un contexto en el
que, previamente, y desde hacía muchos meses antes e incluso
años y so pretexto primero de ayudar a la incipiente recuperación
tras la Gran Recesión de 2008, y después para hacer frente a las
supuestas o reales incertidumbres que siempre van surgiendo
(proteccionismo populista de Trump, Brexit, etc.), los bancos centrales de todo el mundo ya habían iniciado una política monetaria
ultralaxa, de tipos de interés nulos e incluso negativos y de inyección monetaria, que por su grado de intensidad, extensión y coordinación internacional nunca se había visto antes en la historia
económica de la humanidad.
En mi artículo sobre “La Japonización de la Unión Europea”37
explico como las políticas monetarias ultralaxas emprendidas por
los bancos centrales con anterioridad al surgimiento de la Pandemia han tenido un efecto autofrustante. Por un lado, y en primer
lugar, han fracasado ostensiblemente a la hora de hacer subir los
precios hasta un nivel próximo al dos por ciento. En efecto, la
inyección monetaria masiva ha quedado en gran medida esterilizada, en un entorno de gran rigidez institucional e incertidumbre,
por un concomitante y generalizado incremento en la demanda de
dinero por parte de los agentes económicos al reducirse a cero el
coste de oportunidad de mantener saldos de tesorería; además de
no surgir claras oportunidades de inversión sostenible en un
marco de constante regulación e intervencionismo económico que

lastra las expectativas de beneficio e impide que se recupere totalmente la confianza perdida a partir de la Gran Recesión de 2008. Y,
por ello, tampoco ha podido culminarse el necesario saneamiento
de todos los errores de inversión cometidos en los años de burbuja
y expansión crediticia previos a 2008. Por otro lado, y en segundo
lugar, en el momento en que los bancos centrales emprendieron
sus políticas de inyección monetaria masiva, “quantitative easing”
y reducción a cero de los tipos de interés se eliminaron “ipso facto”
todos los incentivos que podían tener los diferentes gobiernos (de
España, Italia, Francia, etc.) para iniciar o culminar las reformas
económicas, regulatorias e institucionales que tienen pendientes y
que son imprescindibles para impulsar un entorno de confianza
en el que los empresarios, libres de ataduras y obstáculos innecesarios, puedan dedicarse a desarrollar su creatividad y a invertir a
largo plazo generando puestos de trabajo sostenibles. En efecto,
¿qué gobierno va asumir el elevado coste político de, por ejemplo,
sanear sus cuentas y liberalizar el mercado de trabajo si, de facto,
no importa el déficit en que incurra, este será financiado directa o
indirectamente y a coste cero, es decir, completamente monetizado, por el Banco Central? Así, por ejemplo, el Banco Central
Europeo ya es titular de casi la tercera parte de la deuda soberana
emitida por los estados miembros de la Eurozona y desde el
momento en que empezó su política de compras indiscriminadas
de la misma, detuvo todo el proceso de reformas económicas e institucionales que necesitaban “como agua de mayo”. La conclusión
de la teoría económica no puede ser más clara: en un entorno de
gran rigidez institucional e intervencionismo económico, las políticas monetarias ultralaxas solo sirven para mantener indefinidamente la rigidez y atonía de las economías afectadas y para
incrementar el endeudamiento de los respectivos sectores públicos
hasta límites muy difícilmente sostenibles.


Publicado por saludbydiaz

Especialista en Medicina Interna-nefrología-terapia intensiva-salud pública. Director de la Carrera Economía y gestión de la salud de ISALUD. Director Médico del Sanatorio Sagrado Corazon Argentina. 2010-hasta la fecha. Titular de gestión estratégica en salud

Deja un comentario