Dr. Carlos Alberto Díaz.
La importancia de sentirse identificado con el lugar donde uno trabaja, deposita su esperanza de autorrealización como individuo y profesionalmente, como sentirse parte de un equipo y de una empresa reconocida socialmente, de hacer que las cosas correctas pasen correctamente. Que además pueda evolucionar como profesional, se nutra de nuevas competencias, tenga acceso facilitado al conocimiento, y pueda aprender y tener información acorde con la evolución científica y tecnológica. No estar, solo por estar y atender desmoralizado, que todo da lo mismo, que nadie le reconoce el esfuerzo, ni lo que hace, no tiene perspectiva de carrera, de futuro. Siente que se aleja del mundo de la «ciudad médica», donde están los buenos honorarios, los pacientes de prepagas y tiene que recurrir al arcón de los recuerdos de su juventud en el hospital, cuando tenía romanticismo de comer una porción fría de una comida indecorosa pero que era el premio a eso que había pasado y crecido, para encontrar solo ausencia cuando se busca algo de placer en lo que realiza, y recordar a lo lejos los pases con aquel gran mentor que no está, del cual solo recordamos lo bueno.
El agobio de no poder satisfacer las necesidades de la gente, «porque en el hospital no hay nada», de poder darles algo de prestaciones de salud, «No se puede hacer nada, solo la urgencia» para que tengan mayor posibilidad de salir de la crisis actual, el ver el nivel de retroceso y postergación de la sociedad y como lucha desigualmente con la pobreza dinástica.
Desde el hospital ve como esa pobreza estructural llena las salas de espera y saca turnos de madrugada, esa pobreza que tiene un piso del ultimo metro de un 27-28% que no se podrá perforar a la baja, por la falta de empleabilidad de esa cantidad de ciudadanos que no podrán salir de esa pobreza o marginalidad. Por donde pasarán las acciones para salir de ese destino que sus hijos serán pobres, solo si se educan si aprenden otro idioma, sistemas, computación, vida saludable y estimulo para el trabajo. Entre el ingreso al empleo formal y los planes, existe un margen escaso que malogra el esfuerzo.
Se debe reconocer que se ha perdido esa mística, por ser profesional del hospital, por cuidar, por servir, importa lo material y es llamativo como se pierden vocaciones con médicos que se reciben y luego no ejercen, porque nada de su vida profesional los motiva, y tampoco eso que se tenía que ser médico del hospital daba prestigio que luego se podría recuperar en el consultorio de la tarde.
Eso que a pesar de estar en una sala de hospital se operaba, se internaba y bastante, era un orgullo, un premio, un incentivo, se hacían intervenciones, estudios complementarios. el ecografista del hospital, único, con ojos de francotirador, el radiólogo que en una placa adivinaba el futuro, la anatomía patológica del mismo que era la reserva de los conocimientos más precisos y excelentes diagnósticos, como esperabas el dictamen del anatomo patólogo en el ateneo, los consultorios externos impecables. Es llamativo que hoy se cremen casi el 57,8% de los fallecidos en CABA y no se hagan necropsias.
Hoy, SE PIERDE PERTENENCIA por la violencia desde los pacientes y su familia, con lo más marginal de la sociedad violentando situaciones.
La falta de motivación lleva a un cuestión inmoral. Cada vez la dedicación es menor en horas, no se llegan a cumplir la mitad de las horas contratadas, los hospitales funcionan de 8 a 12 horas. Los reclamos se degradan de legitimidad. Se va a la guardia con menos ganas y mas ansiedad. Soportar con su matrícula mayor incidencia de complicaciones por las malas condiciones de trabajo.
Esta crisis se agravó con la caída de la mística de la institución educativa de postgrado la residencia médica y del médico residente, que durante muchos años ocupó ese liderazgo, que orgullo sentíamos desde tercer año ser los «dueños» del hospital, que ahora se ve sustituido por una obligación laboral que refleja la poca voluntad por aprender de los pacientes. Ese motor que fueron los residentes en la década del ochenta hasta el dos mil, que fue apagándose esa ansiedad por aprender formándose, ganada por la inmediatez el escaso reconocimiento que tiene el residente, y que luego de terminada su residencia vuelve a su país para ganar en dólares cifras muy superiores a la que puede ganar en Argentina. La competencia que teníamos por ser jefe de residentes, que significaba ser elegido por tus compañeros y el jefe. Se convierte en un título nobiliario.
En las décadas que la residencia era fuerte postergó la debacle del hospital que ya venía quedo limitada en cuanto a su visibilidad por los residentes, de hecho cuando hicieron la huelga, y dejaron de concurrir los sábados el hospital quedó más vacío de contenido. Al modificar sus condiciones de trabajo, quedaron al desnudo las fallas que su presencia y sacrificios ocultaba. Esta bien que mejoren las condiciones de trabajo y descanso, pero que eso no afecte la solidez de la formación, y el stress básico que requiere esa búsqueda del conocimiento y que no te falte nada para la revista médica, que los pacientes estén impecables. Conocer a ellos y sus familias. Sus ilusiones y miedos.
La pérdida del concepto de meritocracia, del desarrollo profesional reconocido, de la importancia de una carrera académica, de estudiar, de formarse, de comprometerse con los pacientes, de sentirlos como suyos a que pasarán a ser una carga, de ser un prescriptor medicalizador de la vida de las personas.
Se perdió la mística por el atropello de los directores políticos que cambian con cada gestión, que se llevan por delante las trayectorias, las realizaciones, los días y vienen para refundar todo, con gente de «confianza» y hacen un daño irreparable a la gestión sanitaria, que parece detenida en el tiempo.
El sentido de pertenencia provenía de la estructura «firme» del hospital, de una empresa reconocida por la sociedad, lo que significaba que, por muy ocupado que estuvieras y por poco querido que te sintieras, siempre eras parte de un equipo de ese hospital que te enseñó a ser médico y te enseñaba dedicación y disciplina, compromiso y romper barreras, conseguir estudios, acompañar a los pacientes.
También estuvo asociado con un hospital o región durante el tiempo suficiente para desarrollar un sentido de pertenencia a un «lugar», el Hospital de San Martín, el de la Plata, El hospital Naval, eso era identitario y significante. El hospital y su comunidad.
Hoy la deriva trasladó el prestigio a los Sanatorios de Prepagas. ¿qué prestigio de da ser jefe de servicio?. Dar clase. Ser Maestro. Idealismo o Materialismo. Ninguno. Solo una carga más.
Encima el retroceso del hospital en cuanto a su capacidad instalada, la falta de inversión en equipamiento retiró el incentivo de aprender una práctica, «Hacerse la mano» para después facturarla en privado. Como era que se aprendía antes de esa forma.
Las dificultades para conseguir un anestesista, Un lugar en el quirófano. Que tenga insumos en el momento que lo requiere el paciente. No encontrar el punto de equilibrio entre capacidad, dedicación y prestación. Directores políticos que pasan sin que nada cambie.
¿Somos los médicos lo que la sociedad nos deja ser?, y creo en parte que sí, y que se perdió la carrera frente al complejo industrial médico.
Somos los profesionales que somos porque tuvimos que hiperespecializarnos, para poder subsistir, por fuera de la presión de los financiadores. Perdimos al hombre entero, al ser. El ser médico. postergó al otro resto del ser. El sentido de pertenencia se fue por el camino del positivismo y el materialismo.
Que tenemos que hacer: Todos los que tenemos responsabilidad por gestionar debemos plantar el olivo, del sentido de integrar el plantel de un hospital público. Implicará respetar la historicidad, fortalecer la relación de dependencia, y «limpiar» en recibo de sueldo que es una galimatías, buscar mecanismos de incentivos trascendentes, renovar la gestión del talento humano, diseñar una carrera para que los residentes se queden en SU hospital, invertir en la renovación tecnológica, dar responsabilidad y jerarquía, en capacitación, en entrenamiento, quienes hacen más esfuerzo tengan mejor salario, desarrollar el trabajo en equipo, expresar el reconocimiento jerárquico y social, comunicar que hace el hospital, que planes tiene, que quieren los que trabajan en el hospital, generar estructura de microgestión para que se contengan integralmente a los pacientes y los cirujanos se ocupen de operar, romper los feudos y reinos dentro del hospital, las aduanas de los servicios con la emergencia que debe implorar para internar pacientes, hacer un profundo trabajo contra el maltrato y la violencia laboral, mejorar condiciones y hábitat del descanso, y que los médicos tengan una buena comida cuando se quedan de guardia. Actuar sobre las peleas internas, los enfrentamientos palaciegos, que solo satisfacen el maldito ego.
Sin sentido de pertenencia no tendremos refundación del hospital, una empresa del conocimiento como esta, sin profesionales jerarquizados, con buenas condiciones de trabajo y remunerativas, no tendremos ese gran hospital y se precipitará un hospital para menesterosos del siglo XIX no del XXI, smart e inteligente, realizador fuente de conocimiento y ciencia independiente, alejada del mercantilismo de los prepagos y la industria de dispositivos y fármacos. Recuperar el factor humano de esta empresa del conocimiento y su fuego místico.